Yo no puedo ver, Señor, tu luz:
es demasiado brillante para mi vista. Y sin embargo, todo lo que veo, es
gracias a tu luz que puedo distinguirlo, de la misma manera que nuestro frágil
ojo ve, gracias al sol, todo lo que percibe y, sin embrago, no puede mirar al
mismo sol directamente.
Mi inteligencia se queda impotente ante tu luz; es demasiado brillante. El ojo
de mi alma es incapaz de recibirla, y no puede soportar estar largo tiempo
mirándola fijamente. Mi mirada se queda herida por su resplandor, la sobrepasa
su extensión; se pierde en su inmensidad y queda confusa ante su profundidad.
¡Oh luz soberana e inaccesible! ¡Verdad total y bienaventurada! ¡Cuán lejos
estás de mí y, sin embargo, me eres muy cercana! Escapas casi enteramente a mi
vista, siendo así que yo estoy enteramente bajo tu mirada. Por todas partes
reluce la plenitud de tu presencia, y yo no te veo. Es en ti que actúo y que
tengo mi existencia y, sin embargo, no puedo lograr llegar hasta ti. Tú estás
en mí, alrededor de mí y, sin embargo, no puedo verte con mi mirada.
San Anselmo.
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