✠ SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR ✠
Los miembros del Cuerpo de Cristo
deben seguir a su maestro, su cabeza, que ascendió hoy. Nos precedió, para
prepararnos un sitio (Jn 14,2), a nosotros que lo seguimos, de modo que
pudiéramos decir con la novia del Cantar de los Cantares: «Correremos en pos de
ti» (1,4)…
Aunque todos los maestros hayan
muerto y todos los libros quemados, encontraremos siempre, en su vida santa,
una enseñanza suficiente, porque él mismo es el camino y no otro (Jn 14,6).
Sigámoslo pues.
De la misma manera que el imán
atrae el hierro, así Cristo misericordioso, atrae todos los corazones que ha
tocado. El hierro atraído por la fuerza del imán se levanta por encima de su
ser natural, pasa por encima, aunque esto sea contrario a su naturaleza. No se
detiene hasta que él mismo se haya elevado. Así es como todos aquellos que son
atraídos en el fondo de su corazón por Cristo, no retienen más la alegría ni el
sufrimiento. Ascienden hasta él…
Cuando no se es atraído, no hay
que imputárselo a Dios. Dios toca, empuja, advierte y desea por igual a todos
los hombres, quiere por igual a todos los hombres, pero su acción, su
advertencia y sus dones son recibidos y aceptados de un modo muy desigual…
Amamos y buscamos otra cosa distinta a él, he aquí porque los dones que Dios
ofrece sin cesar a cada hombre quedan a veces inútiles… Podemos salir de este
estado de alma sólo con un celo valiente y decidido y con una oración muy
sincera, interior y perseverante.
Juan Taulero. Sermón 20, 3º para la Ascensión
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