De la procesión a la Pasión. Por San Bernardo

Domingo de Ramos

El Señor nos da ejemplo de paciencia en la Pasión y de humildad en la procesión. En aquella se portó como una oveja llevada al matadero, como un cordero ante el esquilador; enmudeció y no abrió la boca; mientras padecía no profería amenazas. Al contrario, oraba así: Padre, perdónales, que no saben lo que hacen.
 ¿Y cómo actuó en la procesión? El pueblo se preparaba para salir a su encuentro; sin embargo, a él no se le ocultaba lo que había en el hombre. Por eso no buscó carrozas ni caballos, no usó frenos de plata ni sillas doradas; se montó en un humilde jumento y todo su adorno fueron los mantos de los Apóstoles, que serían los más ordinarios de aquella tierra.
Más ¿por qué quiso hacer esta procesión si sabía que muy pronto iba a morir? Tal vez para que la entrada triunfal aumentara la amargura de la muerte. Las mismas personas, en el mismo lugar y en el espacio de unos días, le reciben con ritos de triunfo y le crucifican. ¡Qué abismo entre ese: Fuera, fuera, crucifícalo, y aquel: Bendito el que viene en nombre del Señor!¡Hosana en las alturas! ¡Qué distinto es llamarle: Rey de Israel, a decir: No tenemos más rey que el César! ¡Qué poco se parecen los ramos frescos a la cruz, y las flores a las espinas! Poco antes alfombran el suelo con mantos, ahora le arrancan el suyo y lo echan a suerte. ¡Qué enorme es la amargura de nuestros pecados, cuando tanto tiene que soportar el que ha querido satisfacer por ellos!

San Bernardo, Sermón segundo. Domingo de Ramos.

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