Solemnidad de la Santísima Trinidad |
Por amor nos ha creado, por amor nos ha redimido,
por amor nos santifica.
Dios es amor, y ha querido revelarse, darse a
conocer y a amar.
Con el debido cuidado al hablar de un Misterio como
el que hoy celebramos, y siempre entre los límites del lenguaje, podríamos
decir que hoy nos asomamos a la interioridad divina, al interior amoroso del
único Dios verdadero, a la danza de amor interno de Dios, al eterno darse de
las tres personas divinas.
Tres personas distintas, y una sola esencia o
naturaleza. No tres dioses, sino tres personas y un solo Dios.
Tres personas que se distinguen entre sí por sus
propiedades relacionales.
El Padre ama al Hijo, el Hijo ama al Padre, el
Padre y el Hijo se aman en el Espíritu Santo.
“¡Qué abismo de riqueza es la sabiduría y ciencia
de Dios!”, dice el Apóstol.
Lo pasmoso, lo que en su exceso nos arrebata de
asombro, es que los Tres han querido introducirnos en su íntima Vida de amor…
Y por eso, fuimos bautizados en el Nombre del
Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Así, Dios comenzaba a darnos participación en la
abundancia de su Vida “intra-trinitaria”.
Así, nos adentraba, por pura iniciativa suya, en la
comunión de vida con él. Así, gratuitamente se nos daba el Espíritu Santo, y
éramos convertidos en hijos de Dios, y hermanos de Jesucristo.
En Jesús se reveló Dios de forma plena y
definitiva...
Habiéndonos dado a su propio Hijo, no tiene ya nada
que reservarse, y no puede darnos nada más.
Con la vida, la muerte y la resurrección de
Jesucristo ha dado Dios a todo hombre el camino de acceso a él.
Por Cristo, con él, y en él, se nos da el
conocimiento y la felicidad del Dios Uno y Trino.
Vivimos un tiempo de jactancia. Se jactan los
científicos por sus nuevos descubrimientos, se jactan por los avances en
biotecnología, en astrofísica, en sistemas de computación.
Pero cualquiera de esos, u otros, descubrimientos,
no pueden sacarnos de nuestros límites. No pueden evitar lo caduco, lo efímero,
lo mortal en nosotros. No pueden darnos vida infinita.
Es el cristianismo el que afirma que hay una
Puerta, una superación, una salida del encierro natural: Dios se hizo hombre
para que el hombre rompa su límite, salga de la clausura de su naturaleza,
venza la muerte y participe de la misma Vida de Dios para siempre.
Cristo revela, que ese Dios es un Dios de vivos;
que Dios es en sí mismo Vida: eterna, amorosa y santa.
Celebrando a la Santísima Trinidad nos asomamos al
interior de ese nuestro Dios...
San Pablo dice bellamente:
“…según está escrito: - Ni el ojo vio, ni el oído
oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios ha preparado para los que le
aman -.
Pero a nosotros nos lo ha revelado por su Espíritu;
y el Espíritu todo lo penetra, hasta la profundidad de Dios…Y nosotros no hemos
recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios…”
Por Jesucristo se nos ha revelado, lo que nunca
hubiésemos podido descubrir con ninguno de nuestros esfuerzos intelectuales,
con ninguno de nuestros microscopios o rayos gama o satélites.
Por Jesucristo, gloria de Dios, plenitud de la
revelación, se nos ha manifestado lo íntimo del ser de Dios.
Dios es en sí mismo: Comunidad. Familia. Encuentro
pleno de amor.
La Trinidad es nuestro destino… Parafraseando al
padre Philipon, podríamos decir: “Buenos Aires pasará. La Trinidad no pasará”.
Dios Uno y Trino es el Amor que ya nos habita, y a
su vez nos espera, para incorporarnos en su íntimo ser relacional, omnipotente
y feliz.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo…
Padre Gustavo Seivane
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