19 de marzo/ Solemnidad de San José |
Un justo. Un
cultivador de silencios. Un testigo del Emanuel. Un descendiente de David. Un
centinela de amor.
Hará de esposo y
padre. De enérgico guía. De soñador espléndido. De varón fuerte.
Amigo de forjar
palabras sobrias y gestos nobles, pondrá al servicio de Dios la brasa firme de
su espíritu , y el abrigo de su cuerpo casto.
Será en el hogar
de los rezos, contemplando a Dios de muy cerca, donde agudizará la mirada de su
alma, penetrando de a ratos el Misterio que tanto se le abría, como se le
ocultaba, se le hacía amanecer vivo, y
también ocaso, penumbra para ser palpada con la sola estremecida fe.
José, el de
prosapia real, caminará los días y las noches del alma cargando a la Sagrada
Familia, comiendo el pan de la prueba, allí mismo donde la Vida buena mana, y
la miel de lo divino convive con las maderas y las lluvias, los sustos y los
clavos, las cavilaciones sobre su Hijo, y las visitas de los ángeles.
Silenciado por
la grave responsabilidad que lo embargó arrojándolo en misión tan sublime,
velará por el Dios encarnado y la dulce Madre del Cristo.
Como todo
centinela (custodio que lleva a la Luz
de Luz), José conocerá la fatiga y el exilio, las penas consoladas por manos
blandas, y el trabajo escondido en su nazarena vida, vida de clan, vida de
aldea, vida de artesano en un caserío sin frontera, pueblo cuyo nombre
suscitaría en Natanael la sorpresa y la pregunta: ¿De Nazaret puede salir algo
bueno?
Amado de Dios. Esposo
de la Inmaculada. Padre adoptivo de Jesús…
José. El noble.
El justo y leal José.
Nadie sabe cómo
se llegó hasta aquella región de la Galilea, para encontrarse con la más bella
criatura, la nazarena Virgen, la favorecida, la que llamarían feliz todas las
generaciones.
Quizás, buscando
trabajo. Los caminos del Señor son inescrutables y siempre santos.
Cierto que por
un censo José hubo de volver a su tierra, Belén de Judá. Regresar, pero con
María encinta. Regresar y presentarla a los suyos. A la parentela.
No puedo
penetrar ese momento. Presentar a María… Presentar como esposa a la mujer
revestida de sol. Presentar a la Rosa mística. Presentar a una mujer que al
mirar a los familiares de José hubo de
reflejar lo divino. Por Madre de Dios. Por Inmaculada.
José , que vivió
en la plenitud de los tiempos, que habitó la Hora mesiánica, supo del ritmo de
la luz, del sonido del agua en la fuente, del curso de las estaciones, del
simple “saber esperar”. También de la vibración de un pueblo en la fe.
¿Pero qué fue
vivir con María? ¿Enseñarle a hablar a la Palabra, y a caminar al Camino, y a
bendecir la mesa a la Bendición?
San José nos
trae el sereno y firme acompañar… El es el varón de la cercanía callada y sin
doblez. El elegido para auxiliar en el parto más sublime y escondido. El
llamado para amparar a Dios que nace, que aparece Niño donde la estrella dice
su luz en medio de la noche.
San José nos
invita a no perdernos en los ruidos del mundo, en las burbujas que embriagan,
en las luces de artificio.
Nos dice:
Vengan, caminen despacio, la gruta es humilde pero limpia.
Vengan y
contemplen esta maravilla.
Vengan entren a
nuestra casa libre de ostentaciones, rica en miradas amables, fulgurante de la
Presencia del Señor.
Porque supo
dormirse en brazos de Jesús y de María, es el regio santo patrono de la buena
muerte.
Porque cobijó al
Hijo de la Misericordia, y a la Madre de Dios, es el confiable patrono de la
Iglesia universal.
Porque es el
justo, que puede vencer la astucia, es el terror de los demonios.
Lejos de la
presunción, el poder y la arrogancia, el silencioso José, ahora, habla,
intercede, por todos los redimidos, por todos los sufrientes, por todos los
moribundos, por los hijos de la Iglesia que conocerán, ( y será hasta el fin de
los tiempos), la persecución, el oprobio, y la calumnia.
En aquella
humildad de José abrevamos.
En su poder de
intercesión confiamos.
San José, ruega
por nosotros.
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