Cuando un hombre renace a la vida
por la sabiduría divina, que siempre busca nuestra salvación, debe volver su
mirada hacia Dios para escapar de la perdición, debe seguir el camino del
arrepentimiento, practicar las virtudes contrarias a los pecados cometidos y
esforzarse, actuando en Nombre de Cristo, para adquirir el Espíritu Santo que,
en nuestro interior, prepara el Reino celestial.
No es en vano que el Verbo dijo:
"El reino de Dios está en vuestro interior. Se penetra a él por la
violencia y el esfuerzo" (Lc. 7,21). Si bien los lazos del pecado
mantienen al alma cautiva, impidiéndole con nuevas iniquidades volverse hacia
el Salvador con perfecta contrición, todos aquellos que se hubieran esforzado
por romper esos lazos, llegarán, finalmente, ante el Rostro de Dios, más
blancos que la nieve, purificados por su gracia.
Fuente: San Serafín de
Sarov. En: Conversación con Motovilov.
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