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8 de septiembre/ Natividad de la Virgen María |
Ya que estaba determinado que la Virgen Madre de Dios
nacería de Ana, la naturaleza no se atrevió a adelantarse al germen de la
gracia, sino que esperó a dar su fruto hasta que la gracia hubo dado el suyo.
Convenía, en efecto, que naciese como primogénita aquella de la que había de
nacer el primogénito de toda la creación, en el cual todo se mantiene.
¡Oh bienaventurados esposos Joaquín y Ana! Toda la creación
os está obligada, ya que por vosotros ofreció al Creador el más excelente de
todos los dones, a saber, aquella madre casta, la única digna del Creador.
Alégrate, Ana, la estéril, que no dabas luz, rompe a cantar
de júbilo, la que no tenías dolores. Salta de gozo, Joaquín, porque de tu hija
un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado, y será llamado: «Angel del gran
designio» de la salvación universal, «Dios guerrero». Este niño es Dios.
¡Oh bienaventurados esposos Joaquín y Ana, totalmente
inmaculados! Sois conocidos por el fruto de vuestro vientre, tal como dice el
Señor: Por sus frutos los conoceréis. Vosotros os esforzasteis en vivir siempre
de una manera agradable a Dios y digna de aquella que tuvo en vosotros su
origen. Con vuestra conducta casta y santa, ofrecisteis al mundo la joya de la
virginidad, aquella que había de permanecer virgen antes del parto, en el parto
y después del parto; aquella que, de un modo único y excepcional, cultivaría
siempre la virginidad en su mente, en su alma y en su cuerpo.
¡Oh castísimos esposos Joaquín y Ana! Vosotros, guardando la
castidad prescrita por la ley natural, conseguisteis, por la gracia de Dios, un
fruto superior a la ley natural, ya que engendrasteis para el mundo a la que
fue madre de Dios sin conocer varón. Vosotros, comportándoos en vuestras
relaciones humanas de un modo piadoso y santo, engendrasteis una hija superior
a los ángeles, que es ahora la reina de los ángeles. ¡Oh bellísima niña,
sumamente amable! ¡Oh hija de Adán y madre de Dios!
¡Bienaventuradas las entrañas y el vientre de los que saliste! ¡Bienaventurados los brazos que te llevaron, lo; labios que tuvieron
el privilegio de besarte castamente, e; decir, únicamente los de tus padres,
para que siempre y en todo guardaras intacta tu virginidad!
Aclama al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad
Alzad fuerte la voz, alzadla, no temáis.
Fuente; San Juan de Damasco, Sermón 6, sobre la Natividad de la
Virgen María.
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