Es evidente que sin Dios no puedes hacer nada bueno, que sin Él caerías a
cada paso, y la mínima tentación te vencería; reconoce tu debilidad e impotencia
para practicar el bien, y no olvides que en todas tus acciones necesitas siempre
del concurso divino. Que la consideración de estas verdades te mantenga
inseparablemente unido a Él, como un niño que no conociendo otro refugio se
aprieta contra el seno de su madre. Repite con el Profeta: Si el Señor no me
hubiera ayudado, mi alma habitaría en la región del silencio, y: mírame y
apiádate de mí, porque estoy solo y desvalido; oh Dios, ven en mi auxilio,
apresúrate a ayudarme. No dejes nunca de dar gracias a Dios con todo tu
corazón, y dale gracias, sobre todo, por los cuidados de que te rodea, y pídele en
todo momento que no te falte la ayuda que sólo Él te puede dar.
Fuente: S. S. León XIII. La práctica de la humildad. Punto XLIII.
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