Pobres hijos... queréis estar sin
mí. ¿Dónde os apoyaréis?
Pobre hijo, crees escaparte de mí
sumergiéndote en lo que piensas que es la naturaleza, en lo que tú llamas la
naturaleza. Pero lo que abrazas no es en modo alguno la naturaleza, en su
verdad, en su profundidad.
Crees que vivirás más alejándote
del amor que está más allá de todo límite y que ama más allá de lo visible. Te
quieres entregar a lo visible exclusivamente. Hablas de afirmar tu persona, de
realizarte a ti mismo. Hablas de los alimentos terrestres y esperas de ellos la
armonía y la alegría.
Pero te encontrarás con el
rechazo que te opondrán todos los elementos de la creación. El universo no
concede paz a quien pretende separar una situación o una persona del amor
total.
Buscas estar sostenido por la
realidad. Concibes la naturaleza como la realidad exenta.
Quieres apoyarte sobre una caña
y... esa caña traspasará tu mano.
En un mundo en que todo está
enlazado por un amor sin límites, todas las criaturas que deseas asir aisladamente,
sin referencia al amor absoluto, se retirarán de ti una detrás de otra. Te
quedarás abandonado, herido, tendido en el camino. Todo te abandona en el
momento en que me abandonas.
Pobre hijo. ¿A quién encontrarás
que te salve si no a mí? ¿A quién encontrarás para amarte si no es a mí?
Fuente: Un monje de la Iglesia de oriente. Amor sin límites. Madrid, Narcea, 1987. p 29-30.
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