Sí, hijos, los demonios no dejan
de manifestar su envidia hacia nosotros: designios malos, persecuciones
solapadas, sutilezas malévolas, acciones depravadas; nos sugieren pensamientos
de blasfemia; siembran infidelidades cotidianas en nuestros corazones; compartimos
la ceguera de su propio corazón, sus ansiedades; hay además los desánimos
cotidianos del nuestro, irritabilidad por todo, maldiciéndonos unos a otros,
justificando nuestras propias acciones y condenando las de los demás. Son ellos
quienes siembran estos pensamientos en nuestro corazón. Ellos quienes, cuando
estamos solos nos inclinan a juzgar al prójimo, incluso si está lejos. Ellos
quienes introducen en nuestro corazón el desprecio, hijo del orgullo. Ellos
quienes nos comunican esa dureza de corazón, ese desprecio mutuo, ese
desabrimiento recíproco, la frialdad en la palabra, las quejas perpetuas, la
constante inclinación a acusar a los demás y nunca a sí mismo. Decimos: es el
prójimo la causa de nuestras penas; y, bajo apariencias sencillas, lo denigramos
cuando sólo en nosotros, en nuestra casa, es donde se encuentra el ladrón. De
ahí las disputas y divisiones entre nosotros, las riñas sin más objeto que
hacer prevalecer nuestra opinión y darnos públicamente la razón. Son también
ellos quienes nos hacen solícitos para llevar a cabo un esfuerzo que nos supera
y, antes de tiempo, nos quitan las ganas de lo que nos convendría y nos sería
muy provechoso.
Fuente: Carta 4 de San Antonio Abad.
Cierto! la mayor parte del tiempo son ellos, pero no les vamos a echar la culpa de todo! :) También tenemos libre albedrío. Si bien, somos la mayoría de las veces tentados por ellos, es también cierto que muchas de las tentaciones vienen, des afortunadamente, de dentro de nosotros mismos.
ResponderBorrarPero la publicación es mucho muy buena para tomar en cuenta. ¡Vigilemos! Muchas gracias. Dios le asista en lo que sea Su voluntad.
Gracias, María por tu comentario. Dios te bendiga,
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