Estaba el Verbo Encarnado sin tener donde nacer. Por Baltasar Gracián

Punto 1. Considera cuán mal dispuestos estaban aquellos ciudadanos de Belén, pues no hospedaron en sus casas a quien debieran en sus entrañas; habíanse apoderado de ellos la soberbia y la codicia, y así no les quedó lugar para tan pobres y humildes huéspedes; no ofrecen siquiera un rincón a quien debieran sus corazones. Ciegos del interés, los parientes no ven el bien que se les entra por sus puertas, y los que no reconocen en el pobre a Dios, tampoco conocen a Dios hecho pobre.
Atiende, alma, que hoy ha de llegar a llamar a las puertas de tu casa el mismo Señor; si allí encerrado en la virginal carroza, aquí encubierto en una Hostia; desocupa el corazón de todo lo que es mundo, para dar lugar a todo el Cielo, que un Empíreo había de ser el seno donde se ha de hospedar este inmenso Niño; procura adornarlo de humildad y de pobreza, que éstas son las alhajas de que mucho gusta este gran Huésped que esperas.
Punto 2. Van buscando los peregrinos del cielo un rincón del mundo donde alojarse y no le hallan; todos los desconocen, por ser desconocidos; ni aun de mirarles ni escucharles no se dignan He aquí que no halla cabida en el mundo el que no cabe en los Cielos y el vil gusano que no tiene cabida en el Cielo no cabe en todo el mundo; iría la Virgen de puerta en puerta, y todas las hallaba cerradas, cuando tan de par en par las del Cielo; de la casa de un pariente pasaba a la de un conocido; hacíanse todos de nuevas, preguntándola quién era. Respondería la Virgen que una pobre peregrina, esposa de un pobre carpintero, y en oyendo tanta pobreza dábanles con las puertas en los ojos. No digáis así, Señora, que no entiende el mundo ese lenguaje: decid que sois la Princesa de la Tierra, la Reina del Cielo, la Emperatriz de todo lo creado.
¡Mas, ay, que esos gloriosos títulos se quedan para tu puerta, oh, alma mía! Advierte que llega hoy a ella esta Señora y te pide que la acojas, que la des lugar donde nazca el Niño Dios; mira lo que la respondes. ¡Qué de veces le has negado la entrada con más grosería que éstos! Pues con más fe avívala y considera que el mismo Niño Dios, que iba buscando allí dónde nacer, aquí busca quien le reciba; allí entre velos virginales, aquí entre blancos accidentes; a las puertas del corazón llama, y no hay quien le responda; no halla quien le quiera, el querido del Padre Eterno, el deseado de los ángeles. ¡Ea, alma mía, levántate del lecho de tu tibieza, de tus mundanas aficiones; acaba, no empereces, que pasará adelante, a otro más dichoso albergue!
Punto 3. Estaba el Verbo Encarnado sin tener dónde nacer; no siente tanto que en la que ha de ser su patria le extrañen, cuanto que en la que es Casa de Pan no le reciban. ¡Oh, quías! ¡Cómo le albergara el sol y le ofreciera por tálamo su centro! ¡Cómo el Empíreo se trasladara a la tierra, para servirle de palacio! Pero esa dicha a ninguno se le concede, sólo se guarda para ti. ¡Oh, tú, el que llegas a comulgar, ofrécele a este Niño Sacramentado por albergue tu pecho, rásguense tus entrañas y sírvanle de pañales las telas de tu corazón! Retiráronse a lo último, cansados e injuriados, a un establo, que hizo su centro el Señor, por lo pobre y por lo humilde; allí reciben los brutos con humanidad al que los hombres despidieron con fiereza; reclinóle su Madre en un pesebre, alternándole en su regazo; descansa entre las pajas el mejor grano, convidando a todos en la Casa del Pan, para que todos le coman (…).
Alma, no seas más insensible que los brutos; el buey reconoce a su Rey; no extrañes tú a tu Dueño; mírale con fe viva y hallarás que el mismo, real y verdaderamente, que estaba allí en el pesebre, está aquí en el Altar; cuando mucho, allí llegarás a acariciarle y besarle, aquí a comerle; allí le apretarás con tu seno, aquí le metes dentro de él; nazca, pues, en tu corazón, y asístanle todas tus potencias, amándole unas y contemplándole otras, sirviéndole y adorándole todas.
Punto 4. No hubo en la tierra quien hospedase al Niño Dios, ni quien nacido le cortejase; menester fue bajasen los cortesanos del cielo; y así, ellos cantaron la gloria a Dios, y dieron el parabién a los hombres, avisándoles del agradecimiento.

Alma, pues hoy se ha trasladado el cielo a tu pecho, y el Verbo Eterno del seno del Padre a tus entrañas, del regazo de su Madre a tu corazón, ¿cómo no te haces lenguas en su alabanza y te deshaces en lágrimas de ternura? Boca que tal manjar ha comido no está bien tan cerrada; labios bañados con las lágrimas de un Dios Niño, ¿cómo están tan secos? Pide a los ángeles prestadas sus lenguas, para imitar sus alabanzas. Ora, canta, vocea, diciendo: «Sea la gloria para Dios y para mí el fruto de la paz», con buena y devota voluntad. Amén.

Fuente: Baltasar Gracián.

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