El jardín de las Sagradas Escrituras. Por San Juan Damasceno

4 de diciembre, memoria de san Juan Damasceno

Dice el Apóstol: Muchas veces y de muchos modos habló Dios  antes por medio de los profetas; mas en estos últimos días nos ha  hablado por medio del Hijo (Heb 1, 1-2). Por medio del Espíritu  Santo hablaron la ley los profetas, los evangelistas, los apóstoles,  los pastores y maestros. Por eso, toda Escritura es inspirada por  Dios y es también útil (cfr. 2 Tm 3, 16). Es, pues, cosa bella y  saludable investigar las divinas Escrituras. Como un árbol plantado  junto a cursos de agua, así el alma regada por la Sagrada  Escritura crece y lleva fruto a su tiempo (Sal 1, 3); es decir, la fe  recta, y está siempre adornada de verdes hojas, esto es, de obras  agradables a Dios. Por las santas Escrituras, en efecto, somos  conducidos a cumplir acciones virtuosas y a la pura contemplación. En ellas encontramos el estímulo para todas las virtudes y el  rechazo de todos los vicios. Por eso, si aprendemos con amor,  aprenderemos mucho; pues mediante la diligencia, el esfuerzo y la  gracia de Dios que da todas las cosas, se obtiene todo: el que  pide, recibe; el que busca, halla; a quien llama, se le abrirá (Lc 11,  10).
Exploremos, pues, este magnífico jardín de la Sagrada Escritura,  un jardín que es oloroso, suave, lleno de flores, que alegra  nuestros oídos con el canto de múltiples aves espirituales, llenas  de Dios; que toca nuestro corazón y lo consuela cuando se halla  triste, lo calma cuando se irrita, lo llena de eterna alegría; que  eleva nuestro pensamiento sobre el dorso brillante y dorado de la  divina paloma (cfr. Sal 67, 14), que con sus alas esplendorosas  nos lleva hasta el Hijo Unigénito y heredero del dueño de la viña  espiritual, y por medio de Él al Padre de las luces (Sant 1, 17).  Pero no lo exploremos con desgana, sino con ardor y constancia;  no nos cansemos de explorarlo. De este modo se nos abrirá.
 Si leemos una vez y otra un pasaje, y no lo comprendemos, no  nos debemos desanimar, sino que hemos de insistir, reflexionar,  interrogar. Está escrito, en efecto: interroga a tu padre y te lo  anunciará, a tus ancianos y te lo dirán (Dt 32, 7). La ciencia no es  cosa de todos (cfr. 1 Cor 8, 7). Vayamos a la fuente de este jardín  para tomar las aguas perennes y purísimas que brotan para la vida  eterna (cfr. Jn 4, 14). Gozaremos y nos saciaremos, sin saciarnos,  porque su gracia es inagotable. Si podemos tomar algo útil también  de los de fuera [de los escritores profanos], nada nos lo prohibe;  pero comportémonos como expertos cambistas, que recogen el oro  genuino y puro, mientras rechazan el oro falso. Acojamos sus  buenas enseñanzas y arrojemos a los perros sus divinidades y sus  mitos absurdos, pues de todo eso sacaremos más fuerzas para  combatirlos.
Fuente; San Juan Damasceno. El jardín de la Sagrada Escritura (Exposición de la fe ortodoxa, 1V 17)

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