El alma del humilde. Por Silvano del Monte Athos

 El alma del humilde es como un mar: si alguien tira una piedra al mar, la superficie del agua es turbada un instante, después la piedra se hunde en el abismo. Así toda pena es consumida en el corazón del humilde, porque allí está la Fuerza de Dios. ¿Dónde estás, alma humilde? ¿Quién habita en ti? ¿A quién podemos compararte? Resplandeces, clara como el sol, pero al arder, no te consumes; al contrario, reanimas todo con tu ardor. A ti te pertenece la tierra de los mansos, según la palabra del Señor. Eres semejante a un jardín de flores con una bella casa en su centro, donde habita Dios. El Cielo y la tierra te aman, y te aman también los santos apóstoles, los profetas, los santos y los bienaventurados; te aman los Ángeles, los Querubines y los Serafines; te ama la purísima Madre del Señor; te ama y se regocija en ti el mismo Señor. Pero el Señor no puede revelarse al orgulloso; ése no conocerá jamás su Rostro, aunque poseyese la ciencia del universo. El corazón del orgulloso no deja lugar para la bendición del Espíritu Santo.
¡Santifica, Señor, a todos los pueblos de la tierra por tu Santo Espíritu! Y tu voluntad será cumplida, en la tierra y en el cielo, porque te ha sido dado todo el poder.
Mi corazón sufre por los hombres que no conocen a Dios. Aquel que abandona a su Creador, ¿cómo enfrentará al Juicio universal? ¿Adónde podrá huir para ocultarse de la Faz del Altísimo? Yo ruego a Dios constantemente por todos para que sean salvados y se regocijen eternamente con los ángeles y los santos. Bienaventurada el alma humilde, porque Dios la ama. Los cielos y la tierra alaban a los santos por su humildad; el Señor les concede estar con Él en la gloria. “Allí donde yo estoy, allí estará mi servidor”.
El Espíritu Santo nos enseña a amar a todos los hombres, a tener compasión de los pecadores y a rogar por su salvación.
Señor, guíanos y reúnenos como una madre muy tierna con sus pequeños. Enseña a todo hombre tu Venida, revela el poder de tu ayuda y restaura el alma de tus fieles.
Nosotros no podemos contener la plenitud de tu Amor; las cosas terrestres oscurecen nuestro espíritu: ¡Ilumínanos!
Fuente; Staretz Silvano del Monte Athos.

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