Haz, pues, todos los esfuerzos posibles, para asistir todos los días a
la santa Misa, con el fin de ofrecer, con el sacerdote, el sacrificio de tu
Redentor a Dios, su Padre, por ti y por toda la Iglesia. Los ángeles, como dice
San Juan Crisóstomo, siempre están allí presentes, en gran número, para honrar
este santo misterio; y nosotros, juntándonos a ellos y con la misma intención,
forzosamente hemos de recibir muchas influencias favorables de esta compañía. Los
coros de la Iglesia militante, se unen y se juntan con Nuestro Señor, en este divino
acto, para cautivar en Él, con Él y por Él, el corazón de Dios Padre, y para
hacer enteramente nuestra su misericordia. ¡Qué dicha para el alma aportar
devotamente sus afectos para un bien tan precioso y deseable!
Si forzosamente obligada, no puedes asistir a la celebración de este
augusto sacrificio, con una presencia real, es menester que, a lo menos, lleves
allí tu corazón, para asistir de una manera espiritual. A cualquiera hora de la
mañana, ve a la iglesia en espíritu, si no puedes ir de otra manera; une tu intención
a la de todos los cristianos, y, en el lugar donde te encuentres, haz los
mismos actos interiores que harías, si estuvieses realmente presente a la celebración
de la santa Misa en alguna iglesia.
Ahora bien, para oír, real o
mentalmente, la santa Misa, cual conviene: 1) Desde que llegas, hasta que el
sacerdote ha subido al altar, haz la preparación juntamente con él, la cual
consiste en ponerte en la presencia de Dios, en reconocer tu indignidad y en
pedir perdón por tus pecados, 2) Desde que el sacerdote sube al altar hasta el
Evangelio, considera la venida y la vida de Nuestro Señor en este mundo, con
una sencilla y general consideración. 3) Desde el Evangelio hasta después del
Credo, considera la predicación de nuestro Salvador, promete querer vivir y
morir en la fe y en la obediencia de su santa palabra y en la unión de la santa
Iglesia católica. 4) Desde el Credo hasta el Pater Noster, aplica tu corazón a
los misterios de la muerte y pasión de nuestro Redentor, que están actual y
esencialmente representados en este sacrificio, el cual, juntamente con el
sacerdote y el pueblo, ofrecerás a Dios Padre, por su honor y por tu salvación.
5) Desde el Pater Noster hasta la comunión, esfuérzate en hacer brotar de tu corazón
mil deseos, anhelando ardientemente por estar para siempre abrazada y unida a
nuestro Salvador con un amor eterno. 6) Desde la comunión hasta el fin, da
gracias a su divina Majestad por su pasión y por el amor que te manifiesta en
este santo sacrificio, conjurándole por este, que siempre te sea propicio, lo
mismo a ti que a tus padres, a tus amigos y a toda la Iglesia, y, humillándote
con todo tu corazón recibe devotamente la bendición divina que Nuestro Señor te
da por conducto del celebrante.
FUENTE: San Francisco de Sales, Introducción a la vida devota. Cap XIV. Ptos 3-5.
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