Mediante asiduos golpes de cincel
salutífero y cuidadoso despojo, el divino Artífice busca preparar piedras para
construir un edificio eterno, como nuestra madre, la santa Iglesia Católica,
llena de ternura, canta en el himno del oficio de la dedicación de una iglesia.
Y así es en verdad.
Toda alma destinada a la gloria eterna
puede ser considerada una piedra constituida para levantar un edificio eterno.
Al constructor que busca erigir una edificación le conviene ante todo pulir lo
mejor posible las piedras que va a utilizar en la construcción. Lo consigue con
el martillo y el cincel. Del mismo modo el Padre celeste actúa con las almas
elegidas que, desde toda la eternidad, con suma sabiduría y providencia, han
sido destinadas para la erección de un edificio eterno. El alma, si quiere
reinar con Cristo en la gloria eterna, ha de ser pulida con golpes de martillo
y cincel, que el Artífice divino usa para preparar las piedras, es decir, las
almas elegidas. ¿Cuáles son estos golpes de martillo y cincel? Hermana mía, las
oscuridades, los miedos, las tentaciones, las tristezas del espíritu y los
miedos espirituales, que tienen un cierto olor a enfermedad, y las molestias
del cuerpo.
Dad gracias a la infinita piedad del Padre
eterno que, de esta manera, conduce vuestra alma a la salvación. ¿Por qué no
gloriarse de estas circunstancias benévolas del mejor de todos los padres?
Abrid el corazón al médico celeste de las almas y, llenos de confianza,
entregaos a sus santísimos brazos: como a los elegidos, os conduce a seguir de
cerca a Jesús en el monte Calvario. Con alegría y emoción observo cómo actúa la
gracia en vosotros.
No olvidéis que el Señor ha dispuesto todas
las cosas que arrastran vuestras almas. No tengáis miedo a precipitaros en el
mal o en la afrenta de Dios. Que os baste saber que en toda vuestra vida nunca
habéis ofendido al Señor que, por el contrario, ha sido honrado más y más.
Si este benevolentísimo Esposo de vuestra
alma se oculta, lo hace no porque quiera vengarse de vuestra maldad, tal como
pensáis, sino porque pone a prueba todavía más vuestra fidelidad y constancia
y, además, os cura de algunas enfermedades que no son consideradas tales por
los ojos carnales, es decir, aquellas enfermedades y culpas de las que ni
siquiera el justo está inmune. En efecto, dice la Escritura: “Siete veces cae
el justo” (Pr 24, 16).
Creedme que, si no os viera tan afligidos,
me alegraría menos, porque entendería que el Señor os quiere dar menos piedras
preciosas... Expulsad, como tentaciones, las dudas que os asaltan... Expulsad
también las dudas que afectan a vuestra forma de vida, es decir, que no
escucháis los llamamientos divinos y que os resistís a las dulces invitaciones
del Esposo. Todas esas cosas no proceden del buen espíritu sino del malo. Se
trata de diabólicas artes que intentan apartaros de la perfección o, al menos,
entorpecer el camino hacia ella. ¡No abatáis el ánimo!
Cuando Jesús se manifieste, dadle gracias;
si se oculta, dadle gracias: todas las cosas son delicadezas de su amor. Os
deseo que entreguéis el espíritu con Jesús en la cruz: “Todo está cumplido” (Jn
19, 30)
Fuente: De los escritos de san Pío de Pietralcina, presbítero (Edición 1994: II, 87-90, n. 8). En el oficio de lectura.
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