Nuestra vocación es integración total a Cristo. Por San Alberto Hurtado


No hay sólo que darse, sino darse con la sonrisa. No hay sólo que dejarse matar, sino ir al combate cantando. Hay que hacer amar la virtud. Hacer que los ejemplos sean contagiosos, de otra manera quedan estériles. Hacer la vida de los que nos rodean sabrosa y agradable.
Esto es triunfar sobre el egoísmo sutil, que una vez expulsado de la trama de nuestra vida, tiende a refugiarse en los repliegues, es decir, en nuestra sensibilidad egoísta, haciendo sentir que uno es un mártir o al menos una víctima, alzándose sobre un pedestal y buscando el ser consolado.
Canta y avanza, la abnegación total es alegría perpetua. ¿Es la cuadratura del círculo? No. Porque hay un vínculo secreto entre el don de sí, por amor, y la paz del alma.
Nuestra vocación es integración total a Cristo, a Cristo resucitado. ¿En qué consiste esta actitud? Es difícil definirla, como no se puede definir la belleza de una pieza de Beethoven, o de una Virgen de Fray Angélico. Es distinta para cada uno. Negativamente, es la eliminación de todo lo que choca, molesta, apena, inquieta a los otros, lo que les hace la vida más dura o más pesada…
San Pablo: “Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y cumplid así la ley de Cristo” (Gál 6,2). No dice: “imponed a los demás vuestras cargas”. Se hace más pesada la atmósfera general.
El temperamento dulce, alegre, ligeramente original, simple, no forzado, alegre, amable en el recibir las personas y las cosas, contribuye a la alegría de la vida... Así Santa Teresa alegraba y contribuye alegrando... Algunas bromitas a tiempo... El sentarse junto a una mesa modestamente.
Cada uno tiene posibilidad de hacer algo, cada uno siguiendo su carácter: unos alegres, otros artistas, otros tranquilos y pacíficos, otros simpáticos... Cada uno cultivando su naturaleza. La gracia supone la naturaleza.
Si no se hace amar la virtud, no se la buscará. Se la estimará, pero no se la buscará. Todos desearían estar en la cumbre de un monte para gozar de una bella vista, pero lo que aparta de ella es la dificultad de escalar. La subida es difícil, a veces peligrosa, parece larga. Pero el alegre le quita esa aspereza. Es como el alpinista: si vuelve alegre y animoso, consigue otros adeptos; si vuelve molido,
tiritón y quejándose, los otros dicen: ¡bah, esto no es para mí!
Un santo triste, ¡un triste santo! “Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi
carga ligera” (Mt 11,29-30). ¡Cuántas vocaciones al ver sonrientes a los novicios!
Fuente: San Alberto Hurtado. Meditación de un retiro a sacerdotes, 1948. En: Un fuego que enciende otro fuego.Páginas escogidas de San Alberto Hurtado. Centro de Estudios San Alberto Hurtado Pontificia Universidad Católica de Chile. Santiago. 2004. 79-80.

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