12 de septiembre: Fiesta del Santo Nombre de María |
5. María, nombre de bendición
Así que, aprovechemos siempre el hermoso consejo de san Bernardo: “En los
peligros, en las angustias, en las dudas, invoca a María. Que no se te caiga de
los labios, que no se te quite del corazón”. En todos los peligros de perder la
gracia divina, pensemos en María, invoquemos a María junto con el nombre de
Jesús, que siempre han de ir estos nombres inseparablemente unidos. No se
aparten jamás de nuestro corazón y de nuestros labios estos nombres tan dulces
y poderosos, porque estos nombres nos darán la fuerza para no ceder nunca jamás
ante las tentaciones y para vencerlas todas. Son maravillosas las gracias
prometidas por Jesucristo a los devotos del nombre de María, como lo dio a
entender a santa Brígida hablando con su Madre santísima, revelándole que quien
invoque el nombre de María con confianza y propósito de la enmienda, recibirá
estas gracias especiales: un perfecto dolor de sus pecados, expiarlos cual
conviene, la fortaleza para alcanzar la perfección y al fin la gloria del
paraíso. Porque, añadió el divino Salvador, son para mí tan dulces y queridas
tus palabras, oh María, que no puedo negarte lo que me pides.
En suma, llega a decir san Efrén, que el nombre de María es la llave
que abre la puerta del cielo a quien lo invoca con devoción. Por eso tiene
razón san Buenaventura al llamar a María “salvación de todos los que la
invocan”, como si fuera lo mismo invocar el nombre de María que obtener la
salvación eterna.
También dice Ricardo de San Lorenzo que invocar este santo y dulce
nombre lleva a conseguir gracias sobreabundantes en esta vida y una gloria
sublime en la otra.
Por tanto, concluye Tomás de Kempis: “Si buscáis, hermanos míos, ser
consolados en todos vuestros trabajos, recurrid a María, invocad a María,
obsequiad a María, encomendaos a María. Disfrutad con María, llorad con María,
caminad con María, y con María buscad a Jesús. Finalmente desead vivir y morir
con Jesús y María.
Haciéndolo así siempre iréis adelante en los caminos del Señor, ya que
María, gustosa rezará por vosotros, y el Hijo ciertamente atenderá a la Madre”.
Muy dulce es para sus devotos, durante
la vida, el santísimo nombre de María, por las gracias supremas que les obtiene,
como hemos visto. Pero más consolador les resultará en la hora de la muerte,
por la suave y santa muerte que les otorgará. El P. Sergio Caputo, jesuita,
exhortaba a todos los que asistieran a un moribundo, que pronunciasen con
frecuencia el nombre de María, dando como razón que este nombre de vida y
esperanza, sólo con pronunciarlo en la hora de la muerte, basta para dispersar
a los enemigos y para confortar al enfermo en todas sus angustias. De modo
parecido, san Camilo de Lellis, recomendaba muy encarecidamente a sus
religiosos que ayudasen a los moribundos con frecuencia a invocar los nombres
de Jesús y de María como él mismo siempre lo había practicado; y mucho mejor lo
practicó consigo mismo en la hora de la muerte, como se refiere en su
biografía; repetía con tanta dulzura los nombres, tan amados por él, de Jesús y
de María, que inflamaba en amor a todos los que le escuchaban. Y finalmente,
con los ojos fijos en aquellas adoradas imágenes, con los brazos en cruz,
pronunciando por última vez los dulcísimos nombres de Jesús y de María, expiró
el santo con una paz celestial. Y es que esta breve oración, la de invocar los nombres
de Jesús y de María, dice Tomás de Kempis, cuanto es fácil retenerla en la memoria,
es agradable para meditar y fuerte para proteger al que la utiliza, contra todos
los enemigos de su salvación.
ORACIÓN PARA INVOCAR EL NOMBRE DE MARÍA
¡Madre de Dios y Madre mía María!
Yo no soy digno de pronunciar tu nombre;
pero tú que deseas y quieres mi salvación,
me has de otorgar, aunque mi lengua no es pura,
que pueda llamar en mi socorro
tu santo y poderoso nombre,
que es ayuda en la vida y salvación al morir.
¡Dulce Madre, María!
haz que tu nombre, de hoy en adelante,
sea la respiración de mi vida.
No tardes, Señora, en auxiliarme
cada vez que te llame.
Pues en cada tentación que me combata,
y en cualquier necesidad que experimente,
quiero llamarte sin cesar; ¡María!
Así espero hacerlo en la vida,
y así, sobre todo, en la última hora,
para alabar, siempre en el cielo tu nombre amado:
“¡Oh clementísima, oh piadosa,
oh dulce Virgen María!”
¡Qué aliento, dulzura y confianza,
qué ternura siento
con sólo nombrarte y pensar en ti!
Doy gracias a nuestro Señor y Dios,
que nos ha dado para nuestro bien,
este nombre tan dulce, tan amable y poderoso.
Señora, no me contento
con sólo pronunciar tu nombre;
quiero que tu amor me recuerde
que debo llamarte a cada instante;
y que pueda exclamar con san Anselmo:
“¡Oh nombre de la Madre de Dios,
tú eres el amor mío!”
Amada María y amado Jesús mío,
que vivan siempre en mi corazón y en el de todos,
vuestros nombres salvadores.
Que se olvide mi mente de cualquier otro nombre,
para acordarme sólo y siempre,
de invocar vuestros nombres adorados.
Jesús, Redentor mío, y Madre mía María,
cuando llegue la hora de dejar esta vida,
concédeme entonces la gracia de deciros:
“Os amo, Jesús y María;
Jesús y María,
os doy el corazón y el alma mía”.
Fuente: San Alfonso María de Ligorio. Las glorias de María. Capítulo X El nombre de María.
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