Edith Stein: Bajo la Cruz ella acogió y entendió su vocación al Carmelo. Por Francisco Sancho Fermín

9 de agosto día de Santa Benedicta de la Cruz (Edith Stein)

Edith Stein vivió su vocación al Carmelo como camino de entrega, como medio a través del cual hacer algo por los suyos, por todos. Y donde más claro aparece es, precisamente, en esa ofrenda que hace de sí en holocausto por la paz. Así lo expresa a la Priora: “Querida Madre, permítame Vuestra Reverencia, el ofrecerme en holocausto al Corazón de Jesús para pedir la verdadera paz: que la potencia del Anticristo desaparezca sin necesidad de una nueva guerra mundial y que pueda ser instaurado un orden nuevo. Yo quiero hacerlo hoy porque ya es medianoche. Sé que no soy nada, pero Jesús lo quiere, y El llamará aún muchos más en estos días.”
Este acto de ofrenda nos hace ver cómo Edith Stein vislumbra su vocación a la luz de la fe y de los signos de los tiempos que vive. Ella escribía que “si te decides por Cristo te puede costar la vida”. Está dispuesta a asumir esa vocación a la que Dios la llama, vocación a la más íntima unión con Cristo, ya que “el que quiera desposar al Cordero tiene que dejarse clavar con él en la Cruz”.
Bajo la Cruz ella acogió y entendió su vocación al Carmelo. Una cruz que el momento histórico le proporcionaba: “Bajo la Cruz entiendo el destino del pueblo de Dios que por entonces ya comenzaba a anunciarse. Yo pensaba que todos aquellos que comprendiesen que era la Cruz de Cristo, tenían que cargarla sobre sí en nombre de todos. Ciertamente hoy comprendo mejor lo que significa estar desposada con el Señor bajo el signo de la Cruz.”
Y esta será la dinámica de su espíritu, capaz de asumir con confianza la pesada cruz. A él ha sido llamada y ella lo ha acogido. Poco antes de que la situación comenzase a agravarse ella escribía: “Mientras estaba fuera he llevado una vida de sacrificio. Ahora todas las cargas me han sido quitadas y poseo en abundancia lo que me faltaba. Desde luego, entre nosotras hay hermanas a las que diariamente se les solicita grandes sacrificios. Y yo espero que alguna vez sentiré más que ahora mi “Vocación a la Cruz”, en la cual seré sostenida por el Señor como un niño pequeño.”
Su configuración y abandono a la cruz, no es sólo por la situación externa. La vida de cada día es un continuo vivir bajo el lema de la cruz: “Para las carmelitas, en sus condiciones de vida cotidiana, no existe otra posibilidad de responder al amor de Dios sino es cumpliendo sus obligaciones diarias, hasta las más pequeñas, con fidelidad; como un pequeño sacrificio, que exige de un espíritu vital la estructuración de los días y de toda la vida, hasta en sus detalles más pequeños, y esto llevado con alegría en el día a día y año a año; presentando al Señor todas las renuncias que exige la convivencia constante con personas totalmente distintas, con una sonrisa de amor; no dejando escapar ninguna ocasión de servir a los demás con amor. A todo ello hay que añadir, finalmente, lo que el Señor pide a cada alma como sacrificio personal.
Con el pasar de los años en el Carmelo ella fue madurando y acogiendo ese “sacrificio personal” que Dios le pedía. Una ofrenda que busca realizarse en la entrega y servicio a los demás, a todos. Pero los muros impiden esa entrega apostólica. Sin embargo, hay un camino, teológicamente apostólico para la carmelita, para la hna. Benedicta. Y ello va a estar en función del grado de su unión con Cristo, con su Cruz: “Libera tu corazón por el fiel cumplimiento de tus votos y entonces se derramará en él el caudal del amor divino hasta inundar todos los confines de la tierra. (...) Tú no eres médico, ni tampoco enfermera, ni puedes vendar sus heridas. Tú estás recogida en tu celda y no puedes acudir a ellos. Oyes el grito agónico de los moribundos y quisieras ser sacerdote y estar a su lado ... Mira hacia el Crucificado. Si estás unida a él, como una novia en el fiel cumplimiento de tus santos votos, es tu/su sangre preciosa la que se derrama. Unida a él, eres como el omnipresente. ... pero con la fuerza de la Cruz puedes estar en todos los frentes, en todos los lugares de aflicción.”
Así vive ella su vocación contemplativa-apostólica. Es a través de la cruz como ella sigue creciendo y alcanzando las vetas de la unión con Dios. Sus palabras y sus gestos delatan una vida mística escondida y profunda. Ella no teoriza, habla desde la experiencia y desde la profunda convicción de que está cumpliendo su misión en función de su unión con Cristo, y en favor de los demás. Por eso su modelo será la reina Ester. Su misión no es la de morir, sino la de interceder con una disposición total por su pueblo, incluso contando con la posible pérdida de la vida. Una entrega que, siguiendo el ejemplo de Jesucristo y unida a Él, tiene un valor apostólico redentivo. Quiere colaborar en lo que falta a la Pasión de Cristo: AY es por eso que el Señor ha tomado mi vida por todos. Tengo que pensar continuamente en la reina Ester que fue arrancada de su pueblo para interceder ante el rey por su pueblo. Yo soy una pobre e impotente pequeña Ester, pero el rey que me ha escogido es infinitamente grande y misericordioso. Esto es un gran consuelo."
Y el Rey quiso tomarla para sí, dejando que su amor se expresara en el modo más grande: a través del martirio. Un texto, que ella reproduce en su Ciencia de la Cruz, nos puede dar noción de su interioridad: “Yo sólo deseo que la muerte me encuentre en un lugar apartado, lejos de todo trato con los hombres, sin hermanos de hábito a quienes dirigir; sin alegrías que me consuelen y atormentado de toda clase de penas y dolores. He querido que Dios me pruebe como a siervo, después de que Él ha probado en el trabajo la tenacidad de mi carácter; he querido que me visite en la enfermedad, como me ha tentado en la salud y en la fuerza; he querido que me tentase en el oprobio, como lo ha hecho con el buen nombre que he tenido ante mis enemigos. Dígnate Señor, coronar con el martirio la cabeza de tu indigno siervo.”

Fuente: Francisco Javier Sancho Fermín ocd. Edith Stein carmelita,  ambiente y espiritualidad. En Symposium internationale Edith Stein, Teresianum Roma, 1998.

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