El resentimiento es lo que permite, sobre todo, el éxito de la tentación. Ésta presenta como real lo ficticio y halla el corazón herido y débil, pronto para adoptar una actitud de venganza, una suerte de reparación, que no es otra cosa que hundirse más en el camino de lo irreal.
No, no podemos admitir como posible una conducta semejante. Es urgente -por el contrario-redimir el corazón humano de sus heridas y llagas. Éstas no valen, son de un pasado lejano, de una angustia que fue (y que es) clavada en la Cruz. Hay una misteriosa participación en la Pasión de Cristo de todos aquellos que son llamado, por gracia especialísima, a estar con el Salvador y a velar una hora con Él. Quien pueda entender que entienda.
¡Claro! Tantos hay que fruncen el entrecejo. No aceptan así nomás. Tal vez esto no importe demasiado. El camino de Dios está abierto siempre.
Lo propio del alma es que Dios nazca en ella. El acto del alma es alcanzar, de un tirón, en el instante, a Dios. O, de otra manera es dejarse alcanzar por Dios. El Espíritu está en el hombre en el instante. El acto es uno solo: unirse el espíritu con el Espíritu. No hay trabajo ni tiempo en ello. Es Misterio. Es el Don de Dios.
Se trata de lo más simple. Es dejar, dejar a Dios ser Dios, como Él quiere, en lo más íntimo, el más próximo, el más presente...y todas las palabras no dicen nada; que sólo logran balbucear.
El hombre no puede sospechar lo que Dios quiere en este nivel. Es tan grande, supera tanto cualquier expectativa humana que si se razona o se pretende analizar en lenguaje humano sólo se mezquina.
- Fuente: Alberto Justo, Op. Morar en el misterio de Dios. San Miguel de Tucumán, Biblioteca Sisto Terán, 1996, pp 79-80.
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