Lo único que nos turba es el amor propio y la estima que tenemos de nosotros mismos...¿Por qué, si caemos en alguna imperfección o pecado, nos sentimos asombrados, turbados e impacientes? Sin duda, porque creemos ser algo bueno, firme y sólido; y por eso, cuando vemos que no es así y que hemos caído de narices en el suelo, nos sentimos engañados, y por eso nos turbamos, nos sentimos ofendido e inquietos. Si supiéramos bien lo que somos, en vez de admirarnos de vernos en el suelo, nos asombraríamos de haber permanecido de pie. [...]
El amor propio pude ser mortificado en nosotros; pero no muere jamás, y de tiempo en tiempo, y en diversas ocasiones, produce en nosotros nuevos brotes, que muestran que aun cuando se los haya cortado por el pie, no está desarraigado. Por eso, no tenemos el consuelo que deberíamos tener cuando vemos que otros obran bien; pues lo que no vemos en nosotros, no nos es agradable, y lo que vemos en nosotros, nos es muy dulce, porque nos amamos tierna y amorosamente. Si tuviéramos la verdadera caridad que nos hace tener un mismo corazón y una misma alma con el prójimo, nos sentiríamos perfectamente consolados cuando el obra bien.
Fuente;San Francisco de Sales, en: C F. Vidal. Francisco de Sales. El santo de la alegría. Buenos Aires, Don Bosco, 1992, 162-163
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