¡Oh
feliz el siervo de cuya corrección se interesa el Señor! ¡Dichoso aquel contra
quien se digna enojarse y a quien corrigiendo nunca engaña con disimulo!
Como
se puede ver, estamos siempre obligados al deber y al servicio de la paciencia.
De cualquier parte que venga la molestia: sea de nosotros, sea de la insidias
del demonio o por amonestación de Dios, ha de intervenir la paciencia con su
ayuda que, además de ser una merced grande de su condición, es también una
felicidad.
¿A
quiénes, en efecto, llamó el Señor dichosos, sino a los pacientes?
"Bienaventurados,
dice los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos" (Mt
5, 3). Nadie es pobre de espíritu perfectamente sino el humilde, y ¿quién
es humilde sino el paciente? Pues nadie puede humillarse a sí mismo, si antes no
tuvo paciencia en la sumisión
- Fuente: En tratado de la paciencia y exhortación a los mártires.
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