El amor don divino perfecciona la
naturaleza humana hasta «hacerla aparecer en la unidad e identidad con la
naturaleza divina por la gracia», según la expresión de San Máximo. El amor al prójimo
ha de ser el síntoma de la adquisición del verdadero amor de Dios. «El signo
cierto por el cual puede reconocerse a quienes han llegado a esta perfección es
-de acuerdo con San Isaac el Sirio- el siguiente: Si diez veces por día se los
entregara a las llamas por su caridad al prójimo, esto no les parecería
bastante». «Conozco a un hombre -dice San Simeón el Nuevo Teólogo- que deseaba con
tal ardor la salvación de sus hermanos que con frecuencia pedía a Dios con lágrimas
ardientes, de todo corazón y en el exceso de un celo digno de Moisés que sus
hermanos se salvasen con él o que él también se condenase con ellos. Porque
estaba ligado con ellos en el Espíritu Santo con tal lazo de amor que ni
siquiera habría querido entrar en el reino de los cielos si para ello hubiese
tenido que separarse de sus hermanos». En el amor a Dios cada persona humana
halla su perfección; ahora bien, las personas no pueden llegar a la perfección
sin que se realice la unidad de la naturaleza humana. El amor de Dios, luego,
ha de estar vinculado con la caridad al prójimo. Este amor perfecto hará al
hombre semejante a Cristo, pues estará unido por su naturaleza creada con la
humanidad entera y reunirá en su persona lo creado y lo increado, el compuesto
humano y la gracia deificane. Unidos a Dios, los elegidos llegan al estado del hombre
perfecto, a la medida de la estatura perfecta de Cristo, según el dicho de San
Pablo (Ef. IV 13).
- Vladimir Lossky, Teología mística de la iglesia de oriente, ( Extracto de Cap X) Traducción de Aquilino S Pallasá.
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