Ni por su naturaleza ni por libre decisión hubo en Cristo
nada que opusiera resistencia al amor. En cada momento de su existencia vivió
entregado sin reservas al amor divino. Mas, al hacerse hombre, tomó sobre sí
toda la carga de los pecados humanos, se abrazó con ellos en su misericordioso
amor, escondiéndolos en su propia alma, con aquel Ecce venio, con el que
inauguró su vida terrena, expresamente repetido en su bautismo, y con el Fiat
de Getsemaní. Así se fue consumando su sacrificio de expiación, primero, en su
interior, y luego en los dolores todos a lo largo de su existencia, pero de
modo más espantoso en el Huerto de los Olivos y en la Cruz, porque aquí llegó
aún a cesar de momento el gozo que a su alma redundaba de su unión hipostática,
para que así quedara más totalmente a merced del dolor, hasta probar el más
total abandono de Dios. El Consumatum est señalará el fin de ese holocausto
expiatorio, y el Pater, in manus tuas commendo spiritum meum será el definitivo
retorno a la eterna e inalterable unión de amor.
Fuente: Edith Stein. La ciencia de la Cruz. Burgos, Editorial Monte Carmelo. 1994.
Comentarios
Publicar un comentario