Esforcémonos,
pues, con esperanza, fe y toda paciencia en entregarnos enteramente al Señor,
manteniéndonos en todos los mandamientos y preparándonos totalmente bien. Y El
cumplirá pronto sus promesas para con nosotros, pues no miente; a condición de
que nosotros, como siervos fieles e íntimos, cumplamos todo lo que le agrada
con nuestra libre voluntad, en un incesante esfuerzo. Y así, juzgados dignos de
la gracia y habiendo adquirido como fundamento verdadero en nuestro corazón la
potencia del Espíritu, podremos soportar todas las tentaciones y aflicciones; y
así, hechos irreprochables por el Espíritu, llegaremos a ser dignos de los
bienes eternos por los siglos de los siglos. Amén.
Fuente: PseudoMacario, Homilía XVII, 2,1.
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