Quisiera que el universo entero, con todos los planetas, los
astros todos y los innumerables sistemas siderales, fueran una inmensa
superficie tersa donde poder escribir el nombre de Dios.
Quisiera que mi voz fuera más potente que mil truenos, y más
fuerte que el ímpetu del mar, y más terrible que el fragor de los volcanes,
para sólo decir, Dios.
Quisiera que mi corazón fuera tan grande como el cielo, puro
como el de los ángeles, sencillo como la paloma, para en él tener a Dios.
Mas ya que toda esa grandeza soñada no se puede ver
realizada, conténtate, hermano Rafael, con lo poco, y tú que no eres nada, la
misma nada te debe bastar.
Fuente: San Rafael Arnaiz, 4 de marzo de 1938 punto 1081,
en: Obras completas. Burgos, Monte Carmelo, 2011,903-904.
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