La sed salpica fatigas.... Sobre el pasaje evangélico de la Samaritana

La sed salpica fatigas. Trae jadeo, debilidad, obnubilación.
Pero la sed que acusa una garganta es sólo una forma posible de la sed.
Porque todos comprendemos, medianamente, que hay una sed de felicidad, sed de conocimientos, sed de descanso, sed de belleza, sed de amparo, sed comprensión, sed de reconocimiento, sed de Dios.
Aquí se nos muestra hoy al Dios viviente que fatiga los caminos de los hombres para encontrarlos.
Dios busca. Dios nos busca. Dios se sienta junto al pozo de Jacob, y sediento espera a la samaritana. La quiere encontrar. Libremente quiere abrirle los ríos de agua viva. Quiere Dios, en su Cristo, favorecerle a esta mujer, y a todos los mortales, el descubrimiento de sí misma, el reconocimiento de su sed verdadera, una sed sepultada bajo la falsa saciedad de los licores del mundo.
 Jesús, sediento del agua natural en aquel mediodía, le ofrece a la mujer el agua sobrenatural de la Gracia.
Ofrece lo que puede dar. Puede dar lo que es. ¿Y no es Jesucristo la Fuente de la Vida incorruptible, la Fuente que mana sanando, liberando, perdonando, ordenado, empapando, y nutriendo el corazón de aquel que lo acepta y cree?
De esta Fuente, del Cristo Amor, los labios se mojan y ya corre la salvación.
 La samaritana halla una Fuente inesperada.
Le llegará en aquel mediodía, la hora de un diálogo nuevo, sincero, luminoso, y veraz.
Dialogando con el que saca a luz todas las cosas, se sabrá conocida y restaurada. Mana junto a ella la Verdad que no cansa.
Y ella bebe en el Cristo. Bebe de Dios. Bebe y se refresca, como quien descubriendo lo seco y árido, lo estéril y ajado del propio corazón comienza a revivir.
 Como a nosotros, la habían secado tantas cosas. Días vividos sin fe, horas quemadas en la pereza o el desatino, jornadas o momentos vacío del sabor del Espíritu de Cristo. Porque “el que no junta conmigo desparrama”, dice el Señor.
Jesús hará de su sed una ocasión para darse como fuente.
Él da el paso. El siempre lleva la iniciativa. El amor principia. El amor abre el diálogo.
“Si conocieras el don de Dios y quien es el que te está hablando”.
Ella, atrevida, osada, no sólo habla con un judío siendo samaritana, sino con un rabí. Algo escandaloso para su tiempo.
Él, misericordioso, cercano a todos, la conduce en una conversación que la va exponiendo a la luz de la verdad. Suavemente le ayuda a emerger de sus sombras. A pasar de la superficie de las palabras al sentido profundo, trascendente.
Hay otra agua. Hay otra sed. Hay otra Fuente. Hay otra Vida.
Hay un agua viva. Hay una sed de Dios. Hay un Cristo que mana la Vida que no acaba, y que por ser infinita lleva todos los profundos nutrientes de restauración, belleza, y libertad espiritual.
 Camino a la Pascua necesitamos un encuentro así con el Señor. Un encuentro fascinante. Pleno de descubrimientos. Signado por la verdadera adoración.
Adorar en espíritu y en verdad.
Es decir adorar inmersos en la misma vida de Dios. Adorar con la nutrición de la gracia. Adorar insertos en los manantiales de esta vida nueva que es Cristo, el Señor.
 Porque si nos encontramos con él junto al pozo de la oración santa, junto al pozo de la verdad, con la sed descubierta. El nos dará a beber de su mismo Espíritu.
Espíritu que refresca con sus aguas de misericordia, fe, magnanimidad, paz…
 El nos sorprenda.
Padre Gustavo Seivane

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