En medio, pues, de su familia de Nazaret, José se entregaba a su humilde tarea, preocupado ante todo de agradar a Dios observando la Ley. Vestía como los obreros de su corporación, y llevaba en la oreja, según la costumbre, una viruta de madera. Es de suponer, sin embargo, que su rostro reflejaría su dignidad y, más todavía, su santidad. Bajo sus hábitos artesanos, había unas maneras que llamaban la atención, pues no se solían encontrar entre gentes de su oficio. Tenía en su actitud y en su compostura un no sé qué de digno y sosegado que imponía respeto; en su rostro un aire de dulzura y de bondad, y en sus ojos un mirar limpio y profundo.
Fuente; Fr Henri -Michel Gasnier, O.P. Treinta visitas al silencioso San José.
Gracias, un saludo y feliz día.
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