El Jardín de la Santidad de Dios. Por Fray Marco Foschiatti

Homilía en la Solemnidad de Todos los Santos 2013
  El Jardín de la Santidad de Dios
Celebramos hoy con gran alegría la fiesta de Todos los Santos.  El profeta Ezequiel al contemplar el pequeño río de vida que brotaba del Costado derecho del Santuario nos habla de la salvación y la vivificación que regala este torrente. De cómo a su vera van creciendo árboles frutales que sirven de alimento en cada mes, una fecundidad infinita, e incluso cómo sus  hojas proporcionan curación y remedio. El Apocalipsis retomará esta imagen para hablar de la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén, y hablará de ella en términos similares. El torrente de la Gracia que brota del Costado abierto, del Corazón herido de Jesucristo en la Cruz, recrea este nuevo Jardín de Dios, los Santos son frutos de ese Torrente de Sangre y Agua que todo lo salva, sanea y vivifica. Un torrente que es –ciertamente- la Gracia del Espíritu Santo, el Amor Divino Creador, regalado por la muerte redentora del Hijo amado.
Visitemos un jardín, un jardín pródigo en especies vegetales y ordenado armoniosamente, casi musicalmente, nos sorprende la variedad de plantas y flores, y resulta natural pensar en la fantasía del Creador, que ha transformado la tierra en un maravilloso jardín. En todo jardín se enlazan la fantasía y la fuerza creadora de Dios Amor y el paciente, fatigoso, esperanzado trabajo humano que sabe sembrar, esperar el fruto, podar tiernamente las ramas, diseñar la belleza de los espacios, las combinaciones de colores, de flores, de hojas, discernir las estaciones para que el jardín verdaderamente sea un trasunto de la Belleza Divina e infunda -como toda Belleza- quietud y esplendor.  
Experimentamos un sentimiento análogo cuando consideramos el esplendor de la santidad: el mundo de los Santos se nos presenta como un "jardín", donde el Espíritu de Dios ha suscitado, con admirable armonía, una multitud de santos y santas, de toda edad y condición social, de toda lengua, pueblo y cultura.  En este Jardín de Dios nos encontramos con las grandes coníferas de hojas perennes…cuyas verdes y perfumadas hojas resisten las nieves y los vientos: nos hablan de la esperanza contra toda esperanza de los Patriarcas, que saludaron y vieron de lejos las Promesas pero se apoyaron en la fe, en la esperanza, en el Salvador prometido. Vieron su día y se alegraron, a pesar de las nevadas y los vientos gélidos de la historia, de las marchas y contramarchas del Pueblo de Dios, las coníferas de los Patriarcas no sucumbieron, siguieron sosteniendo la fe y la fidelidad puesta en la Promesa del Señor…caminando hacia la Ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto es el mismo Dios. Junto a las coníferas nos encontramos con el noble olivo: cuyo fruto nos regala la unción profética y real. Unción del Olivo, Gloria del Olivo que empapa el alma del Profeta en su claridad, la claridad de Dios, haciéndolo portavoz de su Promesa, de su Palabra, de su Plan redentor. Aceite del olivo que consagra o sea que realiza lo propio de la Santidad que es pertenecer totalmente, sin reservas, al Santo.
Los Cedros, maderas perennes que sostienen, columnas fuertes, robustas de la Casa de Dios “Apóstoles y profetas”.Acacias: la madera con la que se construyó el tabernáculo de Dios: santos “teóforos”, portadores de Dios, de su santificación, de su unción: santidad sacerdotal, sirven en el Santuario; son mediadores: llevan la Palabra de la Ley de Vida, la rama de su fidelidad sacerdotal florecida, están en íntimo contacto con el Maná bajado del Cielo: Ignacio de Antioquía, Ireneo, Carlos Borromeo, Juan de Ávila, el Cura de Ars, San Juan Bosco, San José Cafasso, nuestro Cura Brochero. Acacia: madera sacerdotal.
 El Jardín de Dios posee también Árboles frutales de los Doctores y místicos cuyas vidas y escritos nos permiten gustar la Dulzura del Amor Divino, gustar y ver lo bueno que es el Señor, de exquisito sabor, sapida scientia que perfecciona la Caridad, que es Palabra desde la Caridad de Dios: Basilio, Ambrosio, Agustín, León, Gregorio, Bernardo, Ricardo de San Víctor,  Alberto Magno, Tomás, Juan de la Cruz, Hildegarda de Bingen, Teresa de Ávila, Francisco de Sales, John Henry Newman.
Cuánto necesitamos de árboles de sombra fresca y protectora: santos predicadores que nos ofrecen -en el cansancio de la vida- el reposo en la Palabra de Dios, el alimentarnos de ella para recobrar las fuerzas para el camino: Domingo, Vicente, Jacinto; cipreses que nos señalan el alto cielo, que unen cielo y tierra: santidad de la Vida monástica. Benito, Odilón, Guillermo de Saint Thierry, Bruno, Sergio Radonezh, Serafín de Sarov. Pero en el jardín hay también flores: las rosas –el amor que no tiene un para qué- Florece porque florece. Rosas de los mártires: signo del Amor extremo, entrega de la Vida, perfume de Jesucristo que florece en medio de las espinas de la gran tribulación: Esteban, Policarpo, Lorenzo, Sebastián…mártires de Cristo Rey.
 Rosas de la santidad del amor familiar: coronado de las espinas de la cruz: Priscila y Áquila, Cecilia y Valeriano, Perpetua, Felicidad,  Luis, Isabel, Margarita…Juana de Aza; liriosperfumados y blancos junto al manantial: las cándidas Vírgenes que siguen al Cordero dondequiera que vaya: Inés, Cecilia, Catalina, Rosa de Lima, Teresita de Lisieux… Palmeras dentro del Santuario: esbelta, bella, con alimentos para el peregrino por el desierto –santos eremitas- Antonio, Doroteo, Efrén, Juan Clímaco.
Pero en el Jardín también nos encontramos con Hierbas curativas y medicinales: Santos de la Misericordia, de la curación, amigos del afligido pueblo de Dios: Cosme y Damián, Pantaleón, Roque, Martín de Porres, Juan Macías, Camilo, Juan de Dios.  Pero en el Jardín también nos encontramos Santos no funcionales…plantas y flores “gratuitas” sólo para Dios…sólo para su Mirada: pensemos en la violeta de los Alpes, en el Edelwais…Sólo florecen para alegrar la mirada del Creador.
 No podíamos olvidar las violetas: la santidad humilde las viudas, diría Agustín, teñidas del morado de la penitencia y el púrpura precioso de la misericordia: Mónica, Rita, Isabel de Turingia, Ángela de Foligno. El Jardín de Dios!!!
 Ni tampoco olvidar el derroche del perfume de Nardo a los pies de Jesús: de los contemplativos en el mundo y en el desierto convertido en vergel: María de Magdala, Marta y María de Betania, María de Egipto, Álvaro de Córdoba, Luis de Granada. Y algo del derroche del perfume del nardo tienen los santos artistas: músicos como Rábano Mauro, Pablo diácono, nuevamente Hildegarda, Mectildis, Juan Sebastian Bach…Y la poesía: desde Aurelio Prudencio, pasando por el Papa Dámaso, hasta Ambrosio y Gregorio con el Antifonale… Romano el Cantor, Jacopone da Todi y sus secuencias y la poesía eucarística de Tomás…Perfume de nardo: derroche a los pies de Jesús. Fra Angélico y su pintura, Santiago de Ulm con sus vidrieras…Andrés Rubleiv y sus iconos.
Cada uno es diferente del otro, con la singularidad de la propia personalidad humana y del propio carisma espiritual. Pero todos llevan grabado el "sello" de Jesús (cf. Ap 7, 3), es decir, la huella de su amor, testimoniado a través de la cruz. Todos viven felices, en una fiesta sin fin, pero, como Jesús, conquistaron esta meta pasando por fatigas y pruebas (cf. Ap 7, 14), afrontando cada uno su parte de sacrificio para participar en la gloria de la resurrección. Se dejaron injertar en la Muerte de Jesús, se convirtieron en Ramas del Árbol de la Cruz y, ahora, viven irrigados del Torrente de la Vida Resucitada de Jesús: que brota del Trono, del Padre y del Cordero victorioso y degollado.
En este día sentimos que se reaviva en nosotros la atracción hacia el cielo, que nos impulsa a apresurar el paso de nuestra peregrinación terrena. Sentimos que se enciende en nuestro corazón el deseo de unirnos para siempre a la familia de los santos, de la que ya ahora tenemos la gracia de formar parte. Como dice el canto de entrada de hoy: "Ya coronados con amor fraterno hoy nos invitan". Los Santos nos desean…desean nuestra compañía, nuestra amistad, nuestra sociedad con ellos.
¡Qué hermosa y consoladora es la comunión de los santos! Es una realidad que infunde una dimensión distinta a toda nuestra vida. ¡Nunca estamos solos! Formamos parte de una "compañía" espiritual en la que reina una profunda solidaridad: el bien de cada uno redunda en beneficio de todos y, viceversa, la felicidad común se irradia sobre cada persona. Es un misterio que, en cierta medida, ya podemos experimentar en este mundo, en la familia, en la amistad, especialmente en la comunidad espiritual de la Iglesia.
Hoy damos gracias a la Trinidad Bienaventurada especialmente por nuestros Santos, aquellas personas que compartieron algo del caminar de nuestra vida hacia Jesús, a aquellos que nos enseñaron con su testimonio el Camino de la Vida, a aquellos que nos mostraron a Jesús. Ellos están junto a nosotros, ellos nos ven en Dios. Si han sido tan solícitos con nosotros en este caminar, en este valle de sonrisas y de lágrimas, cuánto más solícitos serán para nosotros ahora que ya han cesado las luchas, las penas, los cansancios…el llanto. Su corazón pequeño y frágil ahora late con el mismo Amor de Dios, si tanto nos amaron en vida cuánto más y más nos aman ahora que viven en el Amor del Corazón de Dios, donde ya no hay límites, ni imperfecciones, ni tardanzas, ni mezquindades…Nos aman con el Corazón de Dios.

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