Para mostraros el poder de la oración y las
gracias que del
cielo nos alcanza, os
diré que por la oración es como
los justos han tenido la
dicha de perseverar. La oración es para nuestra alma lo que
la lluvia para el
cielo. Abonad
un campo cuanto os plazca; si
falta la lluvia, de nada os
servirá cuanto hayáis hecho. Así también, practicad cuantas obras os parezcan bien;
si no oráis debidamente y
con
frecuencia, nunca alcanzareis vuestra salvación;
pues la oración abre los ojos
del
alma, hácele sentir la magnitud
de su miseria, la necesidad de recurrir a Dios
y de temer su propia debilidad. El cristiano confía solamente en Dios; nada espera de sí mismo.
Sí, por la oración es como
perseveraron los
justos.Era la oración lo que inflamaba sus corazones con el
pensamiento de la presencia de Dios,
con
el deseo de agradarle y
de no servir más que a Él. Mirad
a Magdalena; ¿en qué se ocupa después de su conversión?
¿No es por ventura en la oración?
Mirad a San
Pedro; mirad aún a San Luis,
rey
de Francia, quien, en
sus viajes, en vez de pasar la noche durmiendo
en
su lecho, pasábala en una
iglesia orando y pidiendo
a Dios
el
don precioso de perseverar en
su gracia. Mas, sin
ir tan
lejos, ¿no observamos nosotros mismos
cómo, a medida que descuidamos la oración,
vamos perdiendo el
gusto por las cosas
el cielo? No
pensamos más que
en la tierra: pero, si reanudamos nuestra oración, sentimos
renacer también en
nosotros el pensamiento y el
deseo de las cosas del cielo. Cuando tenemos la dicha de estar en gracia de Dios,
o bien recurriremos a la oración, o podemos
tener la certeza de no
perseverar largo tiempo
en
el camino del cielo.
Fuente: Sermón sobre la oración, Santo Cura de Ars.
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