Es un hecho que aspiramos siempre al reposo del espíritu, nos ingeniamos por impedirlo con la inquietud que nos causa el temor de las penas que pueden venir o por el examen ansioso de nuestra conducta. Y ¿qué cosa más opuesta a la sencillez cristiana?
¿Por qué temer el porvenir? Además de que exageramos frecuentemente sus amenazas, debemos confiar en Dios que nos dará cada día los socorros necesarios.(...) Tengamos un propósito firme y general de querer servir a Dios de todo corazón y con toda nuestra vida, y con esto, no nos preocupemos del mañana. Pensemos solamente en hacer el bien hoy, y cuando llegue el día de mañana pensaremos en él. Debemos tener en esto una gran confianza y resignación en la providencia de Dios. Hay que hacer provisión de maná para cada día y no más. sin dudar de que Dios lloverá mañana otro, y pasado mañana, y todos los días de nuestra peregrinación"
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