Renunciar a sí mismo: esa es la condición que puso Cristo a quien quiere entrar en la vía: «El que quiera venir en pos de mí, renúnciese a sí mismo (aparnisasthô héafton) » (Mt., 16, 24) . El verbo empleado tiene un sentido muy claro: aparnisthai significa «negar», «rechazar»; la orden de Cristo, por tanto, equivale a decir que hay que «negarse a sí mismo» (15), «reducirse a nada». «Es absolutamente imprescindible –dice el anónimo de "La nube del no saber"– que el hombre pierda toda idea y toda sensación de su propio ser» (16). «Cuanto más puedes expulsarte y huir de ti mismo -escribe por otra parte Angelus Silesius-, tanto más debe derramarse Dios en ti con su divinidad» (17).
De lo que se trata es de «perderse» para «encontrarse», conforme a las palabras evangélicas: «El que quiera salvar su vida la perderá; y el que por mi causa pierda su vida la hallará» (Mt., 16, 25). Hay que desnudarse, en cierto modo, no sólo de todo lo creado, exterior a sí mismo, sino también, y sobre todo, hay que desnudarse del yo, pues esta desnudez atrae el descenso de Dios: «El alma tiene que permanecer en su desnudez, sin sentir ninguna necesidad; así es como, con ayuda de la igualdad, consigue el alma llegar a Dios. Porque nada une mejor que la igualdad, pues también Dios permanece en Su desnudez y sin ninguna necesidad... El alma sólo alcanza su perfecta beatitud arrojándose al desierto de la Deidad, allí donde ya no hay ni operaciones ni formas, para sumirse en ella y perderse en el desierto en el que se aniquila su yo y en el que ella no se preocupa de nada, como cuando todavía no existía (como criatura separada)» (18). La desnudez del alma coincide con la desnudez de Dios y Su simplicidad, que también es, por decirlo así, Su Pobreza, pues «Dios es la más pobre de las cosas, totalmente desnudo y libre: por eso digo con razón que la pobreza es divina» (19). La Simplicidad, en Dios, es la otra cara de la unidad; y, en el alma, es la unificación de todas las potencias del ser para regresar primero al estado primordial, que es el «estado de infancia» y la «pequeñez» (Lc., 18, 17, 10-21; Mt., 11, 25 y 10 21; Mt., 11, 25), la unidad del punto primordial adonde regresa el movimiento de la multiplicidad, el punto central y la «puerta estrecha», por donde se pasa luego al «reino de los cielos», lugar de la beatitud suprema: «El círculo de las cosas debe reducirse y anonadarse para que el de la Desnudez, ampliado y dilatado, abarque lo Infinito... Los pobres en espíritu deben permanecer sin ideas en la vasta Simplicidad que no tiene ni fin, ni comienzo, ni forma, ni modo, ni razón, ni sentido, ni opinión, ni pensamiento, ni intención, ni ciencia, que no tiene orbe ni límite. Esta simplicidad desierta y salvaje es el lugar donde habitan, en la Unidad, los pobres en espíritu; allí no encuentra nada, sólo el Silencio libre que responde siempre a la Eternidad» (20).
En este anonadamiento operado por la pobreza y la simplicidad, el ser descubre su propia esencia increada: «Hay algo en el alma que está por encima de la esencia creada... Es un parentesco de especie divina, una unidad en sí mismo, sin relación ni vínculo con cosa alguna... Si pudieses anonadarte a ti mismo, aunque fuese sólo un instante... te pertenecería entonces en propiedad todo eso que reside en ese misterio increado del interior de ti mismo... Mientras sigues preocupándote de ti mismo, o de lo que sea, ignoras el Ser de Dios» (21).
De lo que se trata es de «perderse» para «encontrarse», conforme a las palabras evangélicas: «El que quiera salvar su vida la perderá; y el que por mi causa pierda su vida la hallará» (Mt., 16, 25). Hay que desnudarse, en cierto modo, no sólo de todo lo creado, exterior a sí mismo, sino también, y sobre todo, hay que desnudarse del yo, pues esta desnudez atrae el descenso de Dios: «El alma tiene que permanecer en su desnudez, sin sentir ninguna necesidad; así es como, con ayuda de la igualdad, consigue el alma llegar a Dios. Porque nada une mejor que la igualdad, pues también Dios permanece en Su desnudez y sin ninguna necesidad... El alma sólo alcanza su perfecta beatitud arrojándose al desierto de la Deidad, allí donde ya no hay ni operaciones ni formas, para sumirse en ella y perderse en el desierto en el que se aniquila su yo y en el que ella no se preocupa de nada, como cuando todavía no existía (como criatura separada)» (18). La desnudez del alma coincide con la desnudez de Dios y Su simplicidad, que también es, por decirlo así, Su Pobreza, pues «Dios es la más pobre de las cosas, totalmente desnudo y libre: por eso digo con razón que la pobreza es divina» (19). La Simplicidad, en Dios, es la otra cara de la unidad; y, en el alma, es la unificación de todas las potencias del ser para regresar primero al estado primordial, que es el «estado de infancia» y la «pequeñez» (Lc., 18, 17, 10-21; Mt., 11, 25 y 10 21; Mt., 11, 25), la unidad del punto primordial adonde regresa el movimiento de la multiplicidad, el punto central y la «puerta estrecha», por donde se pasa luego al «reino de los cielos», lugar de la beatitud suprema: «El círculo de las cosas debe reducirse y anonadarse para que el de la Desnudez, ampliado y dilatado, abarque lo Infinito... Los pobres en espíritu deben permanecer sin ideas en la vasta Simplicidad que no tiene ni fin, ni comienzo, ni forma, ni modo, ni razón, ni sentido, ni opinión, ni pensamiento, ni intención, ni ciencia, que no tiene orbe ni límite. Esta simplicidad desierta y salvaje es el lugar donde habitan, en la Unidad, los pobres en espíritu; allí no encuentra nada, sólo el Silencio libre que responde siempre a la Eternidad» (20).
En este anonadamiento operado por la pobreza y la simplicidad, el ser descubre su propia esencia increada: «Hay algo en el alma que está por encima de la esencia creada... Es un parentesco de especie divina, una unidad en sí mismo, sin relación ni vínculo con cosa alguna... Si pudieses anonadarte a ti mismo, aunque fuese sólo un instante... te pertenecería entonces en propiedad todo eso que reside en ese misterio increado del interior de ti mismo... Mientras sigues preocupándote de ti mismo, o de lo que sea, ignoras el Ser de Dios» (21).
Fuente: Jean Hani.
Muy, pero muy bueno. Bendiciones.
ResponderBorrarMe encantan tus escritos,DICHOSA VENTURA. Soy Carmen de Barcelona, recien iniciado mi Blog... estoy muy feliz siendo seguidora tuya y de algunos Blogs más en esta línea Espiritual y contemplativa en el Camino, la Verdad y la Vida.
ResponderBorrarMi Blog son escritos personales , creencias y experiencia...y alguna transcripcion o traducción.... Estoy encantada contigo.
UN ABRAZO DESDE ÉL... EL DIVINO.
BENDICION PARA TODOS.
Carmen
concienciaprimordial.blogspot.com
Querida Carmen:
ResponderBorrarTe agradezco por todas tus palabras. Y gracias por seguir este blog, que para mí, es un verdadero gusto hacer y compartir con todos. Es tan importante la vida contemplativa, sin ella nos sentiríamos vacíos.
Voy a comenzar a leer tu blog. Muchas gracias por compartir lo que escribís.
En comunión de oraciones.