tal como la describe el Evangelio,
yo me atrevo a mirarte y
hasta acercarme a ti.
No me cuesta creer que
soy tu hija,
cuando veo que mueres,
cuando veo que sufres
como yo.
Cuando un ángel del
cielo te ofrece ser la Madre
de un Dios que ha de
reinar eternamente,
veo que tu prefieres,
¡Oh asombroso misterio!,
el tesoro inefable de la
virginidad.
Comprendo que tu alma,
inmaculada Virgen
le sea a Dios más grata
que su propia morada de
los cielos.
Comprendo que tu alma ,
humilde y dulce valle,
contenga a mí Jesús,
océano de amor.
Te amo cuando proclamas
que eres la siervecilla del
Señor,
del Señor a quien tú con
tu humildad cautivas.
Esta es la gran virtud
que te hace omnipotente
y a tu corazón lleva la
Santa Trinidad.
Entonces el Espíritu,
Espíritu de amor,
te cubre con su sombra,
y el Hijo, igual al
Padre,
se encarna en ti......
Muchos habrán de ser
sus hermanos pecadores
para que se le llame :
Jesús, tu primogénito!
María, tu lo sabés,
no obstante ser pequeña,
poseo y tengo en mí
al todopoderoso.
Mas no me asusta mi gran
debilidad,
pues todos los tesoros
de la madre
son también de la
hija.......
Y yo soy hija tuya,
Madre mía querida.
¡Acaso no son mías tus
virtudes
y tu amor también mío?
Así, cuando la pura y
blanca Hostia
baja a mi corazón
tu Cordero, Jesús, sueña
estar reposando
en ti misma, María.
Fuente: Santa Teresa del niño Jesús, Poesía 44.
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