"La súplica es un deseo
sincero, gracioso y perseverante del alma, unida e incorporada a la voluntad de
nuestro Señor por la dulce y secreta operación del Espíritu Santo. Nuestro
Señor es el primer receptor de nuestra oración, según yo lo vi. La acepta con
el mayor agradecimiento, y muy regocijado la envía al cielo, depositándola en
un tesoro donde nunca perecerá. Allí, ante Dios y todos sus santos, es
continuamente recibida, beneficiándonos siempre en nuestras necesidades. Y
cuando alcancemos la bienaventuranza, se nos dará como una medida de alegría,
con un agradecimiento infinito y glorioso por su parte".
Juliana de Norwich, Revelaciones del amor divino, cap. 41: 14º revelación.
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