✠ SOLEMNIDAD DEL SANTÍSIMO
CUERPO Y SANGRE DE CRISTO ✠
En la Eucaristía Jesús oculta su
esplendor bajo los velos sacramentales. Podría haberse escondido bajo otra apariencia,
pero eligió la del pan para hacernos entender que Él es el «Pan de Dios que ha
bajado del cielo y da la vida al mundo» como alimento divino de nuestras almas.
A la apariencia de pan sumó la del vino para que comprendiéramos que la
Eucaristía es un banquete completo y la misa una prolongación del sacrificio
del Calvario.
¡Cuánto desea Jesús estar con nosotros! No
habita en un único templo, como en Jerusalén, sino al alcance de cualquiera. No
se recluye en un recinto íntimo como antiguamente, cuando solo el Sumo
Sacerdote podía acercarse a Él una vez al año; no exige vivir en un edificio
espléndido. Los judíos guardaban las Tablas de la Ley en su tabernáculo,
rodeado de la gloria visible de Dios; nosotros, sin embargo, en nuestro tabernáculo
guardamos a Jesús, el autor mismo de la Ley quien, junto con el Padre y el Espíritu
Santo, es el Ser Infinito, el Omnipotente, Creador de todas las cosas. Su misericordia
esconde la gloria de Dios, porque el hombre no puede contemplarla y seguir viviendo.
Para darse a nosotros no se
oculta bajo el velo de la carne mortal, sino bajo las apariencias de pan y
vino. Desciende de su trono celestial para vivir en pobreza y ser adorado con
sencillez, para que todos podamos visitarle, para entregarse hasta al pecador más
miserable. Renuncia incluso a la dignidad humana y se nos presenta indefenso, a
entera disposición de los hombres. Se deleita con los hijos de Adán. ¡Cuánta
riqueza escondida bajo el blanco y fino velo del pan! La Sagrada Hostia parece
frágil y pequeña, pero en su santuario sagrado descubrimos con los ojos de la
fe a nuestro verdadero Dios, ¡nuestro Dios escondido!
Lawrence G. Lovasik. El libro de
la Eucaristía.
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