«Durante
la misma Pasión, antes de que llegara la
crueldad de la muerte y la efusión de sangre, ¡cuántos
insultos y cuántas injurias escuchadas por
su paciencia! Soportó pacientemente los salivazos
de quienes le insultaban, el mismo que pocos
días antes había dado vista a un ciego con su
saliva (Jn 9,6); sufrió azotes aquél en cuyo nombre
azotan hoy sus servidores y ángeles al diablo;
fue coronado de espinas el que corona a los
mártires con eternas flores; fue abofeteado con
garfios en el rostro el que da las verdaderas palmas
al vencedor; despojado de su ropa terrena el
que viste a todos con la vestidura de la inmortalidad; mitigada
con hiel la sed del que da alimentos celestiales,
y con vinagre el que propinó el licor
de la salvación. El inocente, el justo, o mejor dicho,
la misma inocencia y la misma justicia, oprimida
por testimonios falsos; juzgado el que ha
de juzgar, y la Palabra de Dios llevada al sacrificio sin
despegar los labios... Todo lo soporta hasta
el fin con firmeza y perseverancia, para que se
consuma en la paciencia total y perfecta...»
Fuente: San Cipriano. Del bien de la paciencia, 7
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