Tercer domingo de Cuaresma
En los textos bíblicos de este
tercer domingo de Cuaresma hay sugerencias útiles para la meditación... A
través del símbolo del agua, que encontramos en la primera lectura y en el
pasaje evangélico de la samaritana, la palabra de Dios nos transmite un mensaje
siempre vivo y actual: Dios tiene sed de nuestra fe y quiere que encontremos en
él la fuente de nuestra auténtica felicidad. Todo creyente corre el peligro de
practicar una religiosidad no auténtica, de no buscar en Dios la respuesta a
las expectativas más íntimas del corazón, sino de utilizar más bien a Dios como
si estuviera al servicio de nuestros deseos y proyectos. (…)
El simbolismo del agua vuelve con
gran elocuencia en la célebre página evangélica que narra el encuentro de Jesús
con la samaritana en Sicar, junto al pozo de Jacob. Notamos enseguida un nexo
entre el pozo construido por el gran patriarca de Israel para garantizar el
agua a su familia y la historia de la salvación, en la que Dios da a la
humanidad el agua que salta hasta la vida eterna. Si hay una sed física del agua
indispensable para vivir en esta tierra, también hay en el hombre una sed
espiritual que sólo Dios puede saciar. Esto se refleja claramente en el diálogo
entre Jesús y la mujer que había ido a sacar agua del pozo de Jacob.
Todo inicia con la petición de Jesús:
«Dame de beber» (Jn 4, 7). A primera vista parece una simple
petición de un poco de agua, en un mediodía caluroso. En realidad, con esta
petición, dirigida por lo demás a una mujer samaritana —entre judíos y
samaritanos no había un buen entendimiento—, Jesús pone en marcha en su
interlocutora un camino interior que hace surgir en ella el deseo de algo más
profundo. San Agustín comenta: «Aquel que pedía de beber, tenía sed de la fe de
aquella mujer» (In Io. ev. Tract. XV, 11: PL 35,
1514). En efecto, en un momento determinado es la mujer misma la que pide agua
a Jesús (cf. Jn 4, 15), manifestando así que en toda persona
hay una necesidad innata de Dios y de la salvación que sólo él puede colmar.
Una sed de infinito que solamente puede saciar el agua que ofrece Jesús, el
agua viva del Espíritu. Dentro de poco escucharemos en el prefacio estas
palabras: Jesús, «al pedir agua a la samaritana, ya había infundido en ella la
gracia de la fe, y si quiso estar sediento de la fe de aquella mujer fue para
encender en ella el fuego del amor divino».
Queridos hermanos y hermanas, en
el diálogo entre Jesús y la samaritana vemos delineado el itinerario espiritual
que cada uno de nosotros, que cada comunidad cristiana está llamada a
redescubrir y recorrer constantemente. Esa página evangélica, proclamada en
este tiempo cuaresmal, asume un valor particularmente importante para los
catecúmenos ya próximos al bautismo. En efecto, este tercer domingo de Cuaresma
está relacionado con el así llamado «primer escrutinio», que es un rito
sacramental de purificación y de gracia.
Así, la samaritana se transforma
en figura del catecúmeno iluminado y convertido por la fe, que desea el agua
viva y es purificado por la palabra y la acción del Señor. También nosotros, ya
bautizados, pero siempre tratando de ser verdaderos cristianos, encontramos en
este episodio evangélico un estímulo a redescubrir la importancia y el sentido
de nuestra vida cristiana, el verdadero deseo de Dios que vive en nosotros.
Jesús quiere llevarnos, como a la samaritana, a profesar con fuerza nuestra fe
en él, para que después podamos anunciar y testimoniar a nuestros hermanos la
alegría del encuentro con él y las maravillas que su amor realiza en nuestra
existencia. La fe nace del encuentro con Jesús, reconocido y acogido como
Revelador definitivo y Salvador, en el cual se revela el rostro de Dios. Una
vez que el Señor conquista el corazón de la samaritana, su existencia se
transforma, y corre inmediatamente a comunicar la buena nueva a su gente
(cf. Jn 4, 29).
Benedicto XVI, Papa. Homilía (24-02-2008)
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