Escuchemos, hermanos, la voz de la Vida
que nos invita a beber de la fuente de vida; el que nos llama es no sólo fuente
de agua viva, sino también fuente de vida eterna, fuente de luz y de claridad;
él es aquel de quien proceden todos los bienes de sabiduría, de vida y de luz
eterna. El Autor de la vida es fuente de vida, el Creador de la luz es origen
de toda claridad; por eso, despreciando las cosas visibles y pasando por encima
de las cosas terrestres, dirijámonos hacia los bienes celestiales, sumergidos
en el Espíritu como los peces en el agua, y dirijámonos a la fuente del agua
viva para beber de ella el agua viva que brota para comunicar vida
eterna.
Ojalá te dignaras, Dios de misericordia y Señor de todo
consuelo, hacerme llegar hasta aquella fuente, para que en ella pudiera, junto
con todos los sedientos, beber del agua viva en la fuente viva y, saciado con
su abundante suavidad, me adhiriera con fuerza cada vez mayor a un tal manantial
y pudiera decir: «¡Cuán dulce es la fuente del agua viva, cuyo manantial brota
para comunicar vida eterna!»
Oh Señor, tú mismo eres aquella fuente que, aunque siempre
bebamos de ella, siempre debemos estar deseando. Señor Jesucristo, danos
sin cesar de ese agua para que brote en nuestro interior una fuente de
agua viva que nos comunique la vida eterna. Pido cosas ciertamente grandes,
¿quién lo negará? Pero tú, Rey de la gloria, nos prometes dones excelsos y te
complaces en dárnoslos: nada hay más excelso que tú mismo, y tú has querido
darte y entregarte a nosotros.
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