31 de mayo, Fiesta de la Visitación de la Virgen María |
Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi
espíritu en Dios mi salvador. Con estas palabras, María reconoce en primer
lugar los dones. singulares que le han sido concedidos, pero alude también a
los beneficios comunes con que Dios no deja nunca de favorecer al género
humano.
Proclama la grandeza del Señor el alma de aquel que consagra
todos sus afectos interiores a la alabanza y al servicio de Dios y, con la
observancia de los preceptos divinos, demuestra que nunca echa en olvido las
proezas de la majestad de Dios.
Se alegra en Dios su salvador el espíritu de aquel cuyo deleite
consiste únicamente en el recuerdo de su creador, de quien espera la salvación
eterna.
Estas palabras, aunque son aplicables a todos los santos, hallan
su lugar más adecuado en los labios de la Madre de Dios, ya que ella, por un
privilegio único, ardía en amor espiritual hacia aquel que llevaba
corporalmente en su seno.
Ella con razón pudo alegrarse, más que cualquier otro santo, en
Jesús, su salvador, ya que sabía que aquel mismo al que reconocía como eterno
autor de la salvación había de nacer de su carne, engendrado en el tiempo, y
había de ser, en una misma y úrica persona, su verdadero hijo y Señor.
Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su
nombre es santo. No se atribuye nada a sus méritos, sino que toda su
grandeza la refiere a la libre donación de aquel que es por esencia poderoso y
grande, y que tiene por norma levantar a sus fieles de su pequeñez y debilidad
para hacerlos grandes y fuertes.
Muy acertadamente añade: Su nombre es santo, para que
los que entonces la oían y todos aquellos a los que habían de llegar sus
palabras comprendieran que la fe y el recurso a este nombre había de
procurarles, también a ellos, una participación en la santidad eterna y en la
verdadera salvación, conforme al oráculo profético que afirma: Todo el
que invoque el nombre del Señor se salvará, ya que este nombre se
identifica con aquel del que antes ha dicho: Se alegra mi espíritu en
Dios mi salvador.
Por esto se introdujo en la Iglesia la hermosa y saludable
costumbre de cantar diariamente este cántico de María en la salmodia de la
alabanza vespertina, ya que así el recuerdo frecuente de la encarnación del
Señor enardece la devoción de los fieles y la meditación repetida de los
ejemplos de la Madre de Dios los corrobora en la solidez de la virtud. Vello
precisamente en la hora de Vísperas, para que nuestra mente, fatigada y tensa
por el trabajo y las múltiples preocupaciones del día, al llegar el tiempo del
reposo, vuelva a encontrar el recogimiento y la paz del espíritu.
Fuente: De las Homilías de San Beda el Venerable, presbítero (Libro 1. 4; CCL 122. 25-26. 30)