La gran obra de Cristo, que vino a realizar al descender a este
mundo, fue la redención de la humanidad. Y esta redención en forma concreta se
hizo mediante un sacrificio. Toda la vida del Cristo histórico es un sacrificio
y una preparación a la culminación de ese sacrificio por su inmolación cruenta
en el Calvario. Toda la vida del Cristo místico no puede ser otra que la del
Cristo histórico y ha de tender también hacia el sacrificio, a renovar ese gran
momento de la historia de la humanidad que fue la primera Misa, celebrada durante
veinte horas, iniciada en el Cenáculo y culminada en el Calvario.
Toda santidad viene del sacrificio del Calvario, él es el que nos
abre las puertas de todos los bienes sobrenaturales. Todas las aspiraciones más
sublimes del hombre, todas ellas, se encuentran realizadas en la Eucaristía:
1. La Felicidad: El
hombre quiere la felicidad y la felicidad es la posesión de Dios. En la
Eucaristía, Dios se nos da, sin reserva, sin medida; y al desaparecer los
accidentes eucarísticos nos deja en
el alma a la Trinidad Santa, premio prometido sólo a los que coman
su Cuerpo y beban su Sangre.
2. Ser como Dios: El
hombre siempre ha aspirado a ser como Dios, a transformarse en Dios, la sublime
aspiración que lo persigue desde el Paraíso. Y en la Eucaristía ese cambio se
produce: el hombre se transforma en Dios, es asimilado por la divinidad que
lo posee; puede con toda verdad decir como San Pablo: “ya no vivo yo, Cristo vive en mí” (Gál
2,20).
3. Hacer cosas grandes: El
hombre quiere hacer cosas grandes por la humanidad; pero, ¿dónde hará cosas más
grandes que uniéndose a Cristo en la Eucaristía? Ofreciendo la Misa salva
la humanidad y glorifica a Dios Padre en el acto más sublime que puede
hacer el hombre. El sacerdote y los fieles son uno con Cristo, “por Cristo, con Él y en Él” ofrecemos y nos ofrecemos al Padre.
4. Unión de caridad: En
la Misa, también nuestra unión de caridad se realiza en el grado más íntimo. La
plegaria de Cristo: “Padre, que sean uno... que
sean consumados en la unidad” (Jn 17,22-23), se realiza en el sacrificio eucarístico. ¡Oh, si fuéramos
a la Misa a renovar el drama sagrado, a ofrecernos en el ofertorio con el pan y
el vino que van a ser transformados en Cristo pidiendo nuestra transformación!
La consagración sería el elemento central de nuestra vida cristiana.
Teniendo la conciencia de que ya no somos nosotros, sino que tras nuestras
apariencias humanas vive Cristo y quiere actuar Cristo... Y la comunión, esa
donación de Cristo a nosotros, que exige de nosotros gratitud profunda, traería
consigo una donación total de nosotros a Cristo, que así se dio, y a nuestros
hermanos, como Cristo se dio a nosotros.
A la comunión no vamos como a un premio, no vamos a una visita de
etiqueta, vamos a buscar a Cristo para “por
Cristo, con Él y en Él” realizar
nuestros mandamientos grandes, nuestras aspiraciones fundamentales, las grandes
obras de caridad...
Después de la comunión, quedar fieles a la gran transformación que
se ha apoderado de nosotros. Vivir nuestro día como Cristo, ser Cristo para
nosotros y para los demás:
¡Eso es comulgar!
Fuente: San Alberto Hurtado. "Eucaristía y felicidad. La Eucaristía y las aspiraciones del hombre". En:Un fuego que enciende otro fuego.Páginas escogidas de San Alberto Hurtado. Centro de Estudios San Alberto Hurtado Pontificia Universidad Católica de Chile. Santiago. 2004.129-130.
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