Todos los misterios de la vida de
Cristo son dignos de memoria; pero lo es señaladamente el convite final de la
última Cena, donde no sólo se comió al cordero pascual, sino también se ofreció
en alimento el Cordero sin mancha, que quita los pecados del mundo, debajo de
la especie de pan, que tiene en sí todo
deleite y la suavidad de todo sabor. En este banquete brilló maravillosamente
la dulzura de la bondad de Cristo, cuando cenó en la misma mesa y en el mismo
plato con aquellos pobres discípulos y el traidor Judas. Fue estupendo el
ejemplo de humildad que dio el Rey de la gloria en ceñirse la toalla y lavar
con entrañable afecto los pies a unos pescadores, sin excluir al discípulo
alevoso. Admirable se reveló su liberal
magnificencia al ofrecer su cuerpo sacratísimo y verdadera sangre en comida y
bebida a los primeros sacerdotes y, en ellos a la Iglesia y a los hombres
todos, a fin de que aquello mismo, que muy en breve iba a ser sacrificio
agradable a Dios y precio inestimable de nuestra redención, fuese también
nuestro viático y sustento. Y resplandeció por modo prodigioso el exceso de su
amor, cuando, amando a los suyos hasta el fin, los confortó en el bien con
aquella exhortación dulcísima, amonestando especialmente a Pedro a perseverar en la fe y ofreciendo a Juan su
pecho por lecho suave y sagrado.
Fuente: San Buenaventura. El árbol de la
vida en: Obras completas. Tom II. Madrid. BAC.1946. p 315.
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