Tú no desprecias un corazón contrito y humillado. Por Anastasio Ballestrero.


Señor, has dicho que en el cielo se celebra fiesta por el pecador que se arrepiente.
¿Qué harías en tu misericordia si yo no fuese un hombre pecador?
Tengo derechos ante tí.
Los hago valer con la esperanza de recuperar la limpieza de los ojos, la transparencia del corazón.
Hasta verte, Padre bendito, Padre misericordioso, con la ternura de quien se siente perdonado, con la emoción de quien se sabe salvado.
Tú no desprecias un corazón contrito y humillado.
Te necesito. Tú lo puedes todo.
Tú, que sabes sacar de las piedras hijos de Abrahán, tú solo puedes sacar de este bloque duro estéril, soberbio y atrapado en la vanidad y en las cosas caducas de este mundo.
¿Quién vencerá a mis enemigos-mundo, pecado, demonio-,sino tú?
Yo soy un derrotado. Lo atestigua mi condición de pecado. Mis enemigos son fuertes contra mí, pero no son más fuertes que tú.
Necesito caer vivo en tus manos para que de nuevo me plasmes y me salves.
No tengo garantía alguna de que el uso de mi libertad día a día no sea para mí ocasión de pecado.
Que el temor y la humildad me acompañen siempre, Señor, para que cuando yerre, pueda encontrar el camino del arrepentimiento.
Que la confesión de mi pobreza me obtenga la ayuda de tu gracia. Mi libertad está abierta a ti.
Mis concupiscencias, mi soberbia, mi obtusidad...podrán todavía oponerte resistencia, y quizás no tendré la valentía de convertirme a ti cada día.
Pero tu eres el Señor, rico en misericordia.
Tú serás el Victorioso. Siempre.
Me entrego a tu fidelidad.
Y eso me colma de paz incontenible. 

Fuente; Anastasio Ballestrero, Gracias, Señor.Burgos, Monte Carmelo. pp35-36.

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