Con razón se ha dicho que el
hombre, por naturaleza, desea conocer. Pero, al mismo tiempo, es también verdad
que ningún conocimiento natural o adquirido le llevará a gustar la experiencia
espiritual de Dios, pues es un puro don de la gracia. Por eso te insto; ve en
pos de la experiencia más que del conocimiento. Con respecto al orgullo, el
conocimiento puede engañarte con frecuencia, pero este afecto delicado y dulce
no te engañará. El conocimiento tiende a fomentar el engreimiento, pero el amor
construye. El conocimiento está lleno de trabajo, pero el amor es quietud.
Quizá puedas decir: «¿Quietud?
¿De qué estará hablando? Todo lo que siento es zozobra y dolor, no descanso.
Cuando intento seguir este consejo, el sufrimiento y la lucha me salen al
encuentro por todos lados. Por un lado, mis facultades me azuzan a dejar esta
obra, y yo no quiero; por otro, anhelo perder la experiencia de mi mismo y
experimentar sólo a Dios, y no puedo. La lucha y el dolor me asaltan por todas
partes. ¿Cómo puede hablar de descanso? Si esto es descanso, raro descanso es».
Mi respuesta es sencilla. Encuentras
esta actividad difícil porque no estás acostumbrado a ella. Si estuvieras
acostumbrado y comprendieras su valor, no la abandonarías por todos los goces
materiales del mundo. Si, lo sé, es difícil y trabajosa. Pero a pesar de ello,
la llamo descanso porque tu espíritu descansa en una libertad alejada de toda
duda y ansiedad acerca de lo que ha de hacer; y porque durante el tiempo real
de la oración está seguro en el conocimiento de que no errará mayormente.
Así, pues, persevera en ella con
humildad y gran deseo, ya que es una obra que comienza aquí en la tierra y que
seguirá en la eternidad sin fin. Pido que Jesús todopoderoso te lleve a ti y a
todos los que ha redimido con su preciosa sangre a su gloria. Amén.
Fuente: El libro de la Orientación Particular. Anónimo inglés del
Siglo XIV.
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