El alma del humilde es como un
mar: si alguien tira una piedra al mar, la superficie del agua es turbada un
instante, después la piedra se hunde en el abismo. Así toda pena es consumida
en el corazón del humilde, porque allí está la Fuerza de Dios. ¿Dónde estás,
alma humilde? ¿Quién habita en ti? ¿A quién podemos compararte? Resplandeces,
clara como el sol, pero al arder, no te consumes; al contrario, reanimas todo
con tu ardor. A ti te pertenece la tierra de los mansos, según la palabra del Señor.
Eres semejante a un jardín de flores con una bella casa en su centro, donde
habita Dios. El Cielo y la tierra te aman, y te aman también los santos
apóstoles, los profetas, los santos y los bienaventurados; te aman los Ángeles,
los Querubines y los Serafines; te ama la purísima Madre del Señor; te ama y se
regocija en ti el mismo Señor. Pero el Señor no puede revelarse al orgulloso;
ése no conocerá jamás su Rostro, aunque poseyese la ciencia del universo. El
corazón del orgulloso no deja lugar para la bendición del Espíritu Santo.
¡Santifica, Señor, a todos los
pueblos de la tierra por tu Santo Espíritu! Y tu voluntad será cumplida, en la
tierra y en el cielo, porque te ha sido dado todo el poder.
Mi corazón sufre por los hombres
que no conocen a Dios. Aquel que abandona a su Creador, ¿cómo enfrentará al
Juicio universal? ¿Adónde podrá huir para ocultarse de la Faz del Altísimo? Yo
ruego a Dios constantemente por todos para que sean salvados y se regocijen
eternamente con los ángeles y los santos. Bienaventurada el alma humilde,
porque Dios la ama. Los cielos y la tierra alaban a los santos por su humildad;
el Señor les concede estar con Él en la gloria. “Allí donde yo estoy, allí
estará mi servidor”.
El Espíritu Santo nos enseña a
amar a todos los hombres, a tener compasión de los pecadores y a rogar por su
salvación.
Señor, guíanos y reúnenos como
una madre muy tierna con sus pequeños. Enseña a todo hombre tu Venida, revela
el poder de tu ayuda y restaura el alma de tus fieles.
Nosotros no podemos contener la
plenitud de tu Amor; las cosas terrestres oscurecen nuestro espíritu: ¡Ilumínanos!
Fuente; Staretz Silvano del Monte Athos.
Fuente; Staretz Silvano del Monte Athos.
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