Tu pieza es un desierto. Por San Alberto Hurtado


Estoy solo. Bien solo esta vez, entre los demás. Nadie me comprende. Los mejores amigos han manifestado su oposición. Se me han puesto frente a frente. Todos los planes están en peligro. Todo se ve oscuro.
Estoy solo. Enteramente solo. La puerta acaba de cerrarse después de la última conversación dolorosa. El último amigo ha partido, después de haber puesto brutalmente su yo, en contra mía.
Y, sin embargo, sería necesario, para realizar la empresa comenzada, que todos los amigos estuviésemos juntos, todos juntos en comunión. Se avanzaba apenas, el naufragio a cada momento parecía inminente.
Estoy solo. Bien solo. Y he aquí que Dios entra, y estrecha el alma, la levanta, la confirma, la consuela y la llena. Ya no estoy solo.
Y los otros volverán también, sin mucho tardar, y no abandonarán el trabajo rudo, el barco no naufragará. Vamos al trabajo, dulcemente, a las cartas, a la lectura, a corregir, a escribir. La vida todavía es bella y Dios está allí.
En estos momentos, acude a tu pieza.
Tu pieza es un desierto. Entre el piso, el cielo y los cuatro muros, no hay más que tú y Dios. La naturaleza, que entra por la ventana, no turba tu coloquio, ella lo facilita. El mundo no cuenta para ti; ciérrale la puerta, con llave, por una hora. Recógete y escucha. Dios está aquí. Te espera y te habla.
Es tu Dios, grande, hermoso, que te reconforta, que te ilumina, que te hace entender que te ama. Está dispuesto a darse a ti, si tú quieres darte tú mismo. Acógelo, no lo rechaces. No huyas de Él, está allí. Te espera y te habla.
Es la hora que Él había escogido, para encontrarte. No te vayas. Escucha bien. Tú necesitas de Él, y Él también necesita de ti para su obra, para hacer por medio de ti el bien a tus hermanos.
Él se va a entregar a ti generosamente, de corazón a corazón en esta soledad.
A ratos tu desierto es tu pieza, pero a Dios lo necesitas siempre. ¿Cómo recogerte en intimidad con Él, como los apóstoles a los cuales convidó al desierto para darles más intimidad?
Tu desierto, es la voluntad de nunca traicionar; es tu recogimiento en Dios; es tu esperanza indefectible.
Tu desierto, no necesitas buscarlo lejos de los hombres; tú lo hallas en todas partes si vuelas a Dios; tanto en el tranvía, como en la plaza, como ante la inmensa asamblea que espera tu palabra.
Tu desierto, es tu separación del pecado; tu fidelidad a tu destino, a tu fe, a tu amor.
Fuente: San Alberto Hurtado. Reflexión personal, noviembre de 1947.Páginas escogidas de San Alberto Hurtado. Centro de Estudios San Alberto Hurtado Pontificia Universidad Católica de Chile. Santiago. 2004. 127-128

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