15 de octubre, día de Santa Teresa de Jesús |
Santa Teresa fue contemplativa en grado eminente. Pero también la necesidad la obligó a dejar en ocasiones el convento, particularmente cuando tenía que hacer fundaciones o diversos trámites con ellas relacionados. De manera realmente admirable supo juntar en sí, como ella misma lo dice, a María y a Marta , convencida de que si quería llevar a cabo la obra para la que Dios la había elegido, debía, por cierto, renunciar al deleite de la contemplación quieta y serena, pero aun así, la contemplación no dejaba de subsistir:
«que aunque es vida más activa
que contemplativa, cuando el alma está en este estado, nunca dejan de obrar
casi juntas Marta y María; porque en lo activo, y que parece exterior, obra la interior,
y cuando las obras activas salen de esta raíz, son admirables y olorosísimas
flores, porque proceden de este árbol del amor de Dios y por sólo El, sin
ningún interés propio».
De allí sacó toda la savia de su
apostolado tan peculiar, de la oración mental, «que no es otra cosa la oración
mental, a mi parecer, sino tratar de amistad estando muchas veces tratando a
solas con quien sabemos nos ama».
Porque Teresa estaba transida de
celo por la santificación de las almas, que es la forma más elevada del amor al
prójimo. En última instancia, es el mismo amor que rebosa, que se derrama, como
de un vaso repleto, por los bordes, hasta la base. Bien decía Santo Tomás que
se da un signo de mayor amor cuando el que ama no se contenta con dedicarse a
la persona del amigo, sino que se preocupa también por los intereses de su
amigo. Lo afirma hablando de la santidad que debía caracterizar a los obispos:
«Aunque sufren algún detrimento
en la dulzura de la contemplación por el hecho de tener que ocuparse de cosas
exteriores para servir al prójimo, esto mismo da testimonio de la perfección de
su amor a Dios. Porque es evidente que ama más aquel que por amor está
dispuesto a carecer por algún tiempo del gozo de la presencia del amado para
ocuparse en su servicio, que si quisiera gozar siempre de su presencia».
Fue en este sentido que Teresa se
vio llevada, si así puede hablarse, del amor a Dios al amor al prójimo, del
celo por la gloria de Dios al celo por la salvación del prójimo.
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