Esta es la suprema amistad de nuestro cortés Señor, que nos protege tan tiernamente cuando pecamos. Y además, nos toca secretamente, y nos muestra nuestros pecados a la suave luz de la misericordia y la gracia. Pero cuando nos vemos tan mancillados, pensamos que Dios puede estar airado con nosotros a causa de nuestros pecados. Entonces el Espíritu Santo nos mueve a la oración mediante la contrición, y deseamos con todas nuestras fuerzas enmendarnos para aplacar la ira de Dios, hasta que el alma encuentra el sosiego, y la conciencia, la paz. Confiamos entonces en que Dios haya olvidado nuestro pecado, y así es, en verdad. Y nuestro cortés Señor se muestra entonces al alma, feliz y con la mayor alegría en el semblante, acogedor como un amigo, como si el alma hubiera sufrido gran pena o hubiera estado prisión, y le dice: «Amada mía, me alegra que hayas venido a mí en tu desgracia. Yo siempre he estado contigo. Ahora puedes ver mi amor. Somos uno en la dicha».
De esta manera, los pecados son perdonados por gracia y misericordia, y nuestra alma es gloriosamente recibida en la alegría, como ocurrirá cuando llegue al cielo; y así sucede cada vez que se arrepiente, por la operación de la gracia del Espíritu Santo y el poder de la Pasión de Cristo.
Fuente: Juliana de Norwich. Libro de Visiones y Revelaciones, Decimotercera visión. Capítulo 40.
Fuente: Juliana de Norwich. Libro de Visiones y Revelaciones, Decimotercera visión. Capítulo 40.
Comentarios
Publicar un comentario