Como Pedro reconocemos en Jesús al Santo de
Dios. Al que tiene y comunica palabras de Vida eterna. Palabras con espíritu.
Con soplo vital. Con aliento sobrenatural. Con un insuflar divino que rebosa
luz en el entendimiento. Que provoca lo firme. Que afirma en la Verdad. Que
mueve a amar la Verdad.
Sin embargo, nos desalineamos de Cristo.
Solemos perdernos de su belleza. Nos salimos de su Camino. Nos desolamos.
¿Porqué los pozos de la amargura si está el
Pan dulce de Dios para consolarnos? ¿Porque una vida triste si Cristo vive?
¿Porqué ese agujero en el pecho si se nos ofrece la inmensa infinitud de la
vida en Dios?
Pueden sucederse preguntas, pero que no cesen
ni la fe ni la búsqueda espiritual.
Jesucristo es digno de fe y amor. Y él, el
autorizado por la fe, nos dice que todo aquel que busca encuentra, y que al que
llama se le abre.
Músicas preciosas, formas de conmovedora
belleza, leyes, colores y movimientos, seres pequeñísimos y distancias
asombrosas, texturas, profundidades,
emociones, glorias del conocimiento, santos, ríos de actos simples y heroicos.
Es la vida. El don maravilloso de ser. De proceder de Dios. De poder amarlo. De
dejarnos tocar por su Cristo.
Y es el Señor de todos los mundos, de todo lo
visible e invisible, el que quiere no solo impregnar de su gracia toda nuestra
vida, sino de convertirla, hacerla santa, elevarla, divinizarla, darle
participación en su eterna felicidad.
Ahí, viene el pan bajado del Cielo. La
Presencia amorosa del Señor. El que ha querido quedarse con nosotros, no para
que arrastremos el vivir, sino para dejarselo a él glorificarlo.
La oración es una conservadora de la gracia
recibida, una cuidadora de las semillas de Dios, una vigía para alejar
peligros. Es el amor mismo, como vía, canal, curso con Dios, los hombres, y lo
creado.
La oración sostenida. El aprendizaje contínuo.
La devoción cultivada.
Eso necesitamos. Oremos y gustaremos lo que
este Pan trae y es. Oremos en el silencio, y con cantos, con los salmos, con
las oraciones de la tradición, con otros, solos, junto a imágenes, encendiendo
cirios, llevando flores, visitando santuarios, quedándonos junto al Sagrario,
de rodillas, o de pie. Pero hagamos de la semana una cinta de oraciones. Que la
vida cotidiana no quede afectada por los solos asuntos del mundo, que estos
reciban su limitado lugar, que no sequen el alma, y que el alma se abra a Dios,
y que aumente el hambre del Pan eucarístico.
Y el domingo sea Resurrección... Renovado
encuentro con el Señor Resucitado.
“Sólo tú tienes palabras de Vida eterna”, le
dijo Pedro a Jesucristo.
Lo que Jesucristo procura es darse. Su darse
es nuestra eucaristía. La eucaristía es la entrada, la comunión con el que
vence lo que se opone a la Vida, al amor, al camino bienaventurado, a los
bienes que no acaban.
Puede el Señor lo que nadie puede.
Padre Gustavo
Seivane
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