Hay caminos que pueden abrir el
corazón del hombre al conocimiento de Dios, hay signos que conducen hacia Dios.
Ciertamente, a menudo corremos el riesgo de ser deslumbrados por los resplandores
de la mundanidad, que nos hacen menos capaces de recorrer tales caminos o de
leer tales signos. Dios, sin embargo, no se cansa de buscarnos, es fiel al
hombre que ha creado y redimido, permanece cercano a nuestra vida, porque nos
ama. Esta es una certeza que nos debe acompañar cada día, incluso si ciertas
mentalidades difundidas hacen más difícil a la Iglesia y al cristiano comunicar
la alegría del Evangelio a toda criatura y conducir a todos al encuentro con
Jesús, único Salvador del mundo. Esta, sin embargo, es nuestra misión, es la
misión de la Iglesia y todo creyente debe vivirla con gozo, sintiéndola como
propia, a través de una existencia verdaderamente animada por la fe, marcada
por la caridad, por el servicio a Dios y a los demás, y capaz de irradiar
esperanza. Esta misión resplandece sobre todo en la santidad a la cual todos
estamos llamados.
Fuente: S. S. Benedicto XVI. Catequesis sobre el Credo.
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