Pero él, el Señor, vestido de hombre,
habiendo sufrido por el que sufría,
atado por el que
estaba detenido,
juzgado por el culpable,
sepultado por el
que estaba enterrado,
resucitó de entre
los muertos y clamó en voz alta:
¿Quién se
levantará en juicio contra mí?
Que venga a
enfrentarse conmigo.
Yo he liberado al
condenado.
Yo he vivificado
al que estaba muerto.
Yo he resucitado
al que estaba sepultado.
¿Quién puede
contradecirme?
Yo, dice, Cristo, he destruido a la
muerte,
he triunfado del enemigo,
he pisoteado el
Hades,
he maniatado al
fuerte,
he arrebatado al
hombre a las alturas de los cielos.
Yo, dice él, Cristo.
Venid, pues, todas las familias de hombres
manchadas por los pecados.
Recibid el perdón de los pecados.
Porque yo soy vuestro perdón,
yo la Pascua de la salvación,
yo el cordero degollado por vosotros,
yo vuestra redención,
yo vuestra vida,
yo vuestra resurrección,
yo vuestra luz,
yo vuestra salvación,
yo vuestro rey.
Yo os llevaré a las alturas de los cielos.
Yo os mostraré al Padre que existe desde
los siglos.
Yo os resucitaré por medio de mi diestra.»
Tal es el alfa y la omega:
Él es el comienzo y el fin
—comienzo inenarrable y fin
incomprensible—
él es Cristo,
él es el Rey,
él es Jesús,
él es el Estratega,
él es el Señor,
él es el que resucitó de entre los
muertos.
él es el que está sentado a la diestra del
Padre.
Él lleva al Padre, y es llevado por el
Padre:
A él la gloria y el poder por los siglos.
Amén
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