Este es el día en que actuó el Señor. Por San Epifanio de Salamina

Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría espiritual y gocémonos en él con divino gozo. Para nosotros, en efecto, es ésta la fiesta de las fiestas, la fiesta del mundo entero que celebra, como en única solemnidad, la consagración y la salvación universal. En este día tienen su cumplimiento todo tipo de figuras, sombras y profecías. Ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo, es decir, la verdadera Pascua, y el que vive con Cristo, es una criatura nueva, el que vive en Cristo posee una nueva fe, nuevas leyes, es el nuevo pueblo de Dios; el nuevo, sí, no el viejo Israel; nueva es la Pascua, nueva y espiritual es la circuncisión, nuevo e incruento el sacrificio, nuevo y divino el testamento. Renovaos en el día de hoy, renovaos por dentro con espíritu firme para que os sea dado percibir los misterios de esta nueva y verdadera fiesta y podáis disfrutar a fondo de las delicias celestiales; para que salgáis iluminados e iniciados, no por los de la antigua, sino por los imborrables y siempre vigentes símbolos de la nueva Pascua; para que conozcáis la gran diferencia existente entre nuestros misterios y los del pueblo judío, así como la distancia que media entre la figura y la realidad. Sea, pues, una tal confrontación el punto de partida de esta nuestra reflexión y contemplación sobre el misterio de la Pascua y resurrección de Cristo. Lo mismo que en el pasado y para la salvación del pueblo, Moisés fue enviado por Dios como legislador desde el sublime monte para bosquejar un avance de ley, así también el que es la verdad misma, legislador, Dios y Señor, fue enviado por Dios, el monte por el monte, desde las montañas celestes para la salvación de nuestro 'pueblo. Moisés lo redimió del Faraón y de los egipcios; Cristo lo liberó del diablo y de la servidumbre de los demonios. Moisés puso paz entre dos de sus hermanos que estaban riñendo; Cristo reconcilió entre sí a sus dos pueblos y unió el cielo con la tierra. En el pasado, la hija del Faraón, al ir a bañarse, encontró a Moisés y lo adoptó; en cambio, la Iglesia de Cristo –que es asimismo su hija–, al descender a las aguas bautismales, recibe a Cristo: pero no como a Moisés rescatado de la cesta de mimbres a la edad de tres meses, sino que, en vez de a Moisés, recibe a Cristo salido del sepulcro al tercer día. En el pasado, Israel celebró la Pascua en figura y de noche; ahora en cambio, celebramos la Pascua en un día de luz y de esplendor. En el pasado, al declinar el día; ahora al atardecer y en el ocaso de los tiempos. En el pasado, con la sangre se rociaron las jambas y el dintel de las casas; ahora, con la sangre de Cristo, son sellados los corazones de los creyentes. Entonces, de noche se mató el cordero y de noche atravesaron el Mar Rojo; ahora en cambio, disponemos de la salvación y de un mar bautismal espléndido y rojo, que destella con el fulgor del Espíritu; mar sobre el que aletea realmente el Espíritu de Dios; mar en el que se le intuye presente; mar en cuyas aguas fue quebrantada la cabeza del dragón; más aún, la cabeza del príncipe de los dragones, es decir, de los satélites del diablo. Entonces Moisés lavó a los israelitas con un bautismo nocturno, y una nube cubrió al Pueblo; en cambio, al pueblo de Cristo la fuerza del Altísimo lo cubre con su sombra. Entonces, al ser liberado el pueblo, María, la hermana de Moisés, dirigió la danza; ahora, liberado el pueblo de los gentiles, la Iglesia de Cristo celebra festejos con todas sus Iglesias. Entonces Moisés se acogió a una roca natural; ahora el pueblo se acoge a la roca de la fe. En el pasado, fueron rotas las losas de la ley, lo cual fue indicio de una ley llamada a perecer y a envejecer; ahora, las leyes divinas se mantienen íntegras e invioladas. Entonces, para castigo del pueblo se fabricó un becerro de fundición; ahora, para salvación del pueblo es inmolado el Cordero de Dios. En el pasado, la roca fue golpeada por el bastón; ahora en cambio, una lanza traspasa el costado de Cristo, que es la verdadera roca. Allí, de la roca brotó el agua; aquí, del vivificante costado manó sangre y agua. Ellos recibieron del cielo la carne de codorniz; nosotros hemos recibido de lo alto la paloma del Espíritu Santo. Ellos comieron el maná temporal y murieron; nosotros comemos el pan que da vida eterna.
Fuente: San Epifanio de Salamina, Homilía 3 [atribuida] sobre la santa resurrección de Cristo.

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